Aqui en silencio adoratriz contemple a Dios

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Basilica San Pedro , Vaticano

Amigos que Dios trae a este rincon de la red.

lunes, 12 de abril de 2010

ENTRAR EN EL SILENCIO

Siguiendo el camino del que estoy hablando es normal que, progresivamente, la actividad intelectual se apacigüe durante el tiempo de oración; en la medida en que las emociones del corazón están canalizadas, cualquier distracción o divagación pierde su razón de ser. Es decir, que la oración del corazón, de un movimiento casi espontáneo, nos orienta hacia el silencio. Algunos días esta sensación es más fuerte y resulta inevitable no encontrarse expuesto, por así decirlo, a la “tentación del silencio”.

El silencio es un bien que seduce el corazón desde el momento en que haya tenido una agradable experiencia. Pero hay muchas formas de silencio y no todas son buenas. La mayoría incluso se pueden considerar deformaciones antes que auténtica oración de silencio.

La primera tentación es hacer del silencio una actuación a pesar de estar convencido íntimamente de lo contrario. Bajo el pretexto de que la inteligencia está parada y que el corazón parece estar en reposo, nos imaginamos que hemos llegado al verdadero silencio del ser. En realidad, este silencio, aunque posea una indiscutible autenticidad, es el resultado de una tensión de la voluntad que al fin y a cabo es lo más sutil pero también lo más pernicioso. En lugar de tener nuestro corazón disponible, eso nos mantiene en un estado que nos impone una actitud artificial que, en última instancia, no ofrece al Señor una acogida porque nos estamos apoyando en nuestras propias fuerzas. En el caso de personas con una voluntad enérgica, esto puede representar mayor obstáculo para una verdadera disponibilidad al Señor. Hablando materialmente, el silencio es grande pero es un silencio replegado sobre sí mismo, y apoyado en sí mismo.

Otra tentación representa el deseo de hacer del silencio un fin. Nos imaginamos que la razón de ser de la oración del corazón e incluso de cualquier existencia contemplativa es el silencio. Estamos en una realidad material. No nos paramos en la persona del Padre o en la de su Hijo, ni en la del Espíritu. Es mi estado el que cuenta y no la relación real de amor y de disponibilidad que tengo respecto a Dios. Ya no es una oración sino una contemplación de mi mismo.

Una tentación análoga a la anterior consiste en hacer del silencio una realidad en sí misma. El silencio es suficiente. A partir del momento en que todos los ruidos de los sentidos, de la inteligencia, de la imaginación han sido calmados, se instala en nosotros un auténtico placer y esto es suficiente. No necesitamos nada más. Nos negamos a buscar otra cosa. Todo lo que introduciría una nueva idea, aunque sea sobre el Señor, aunque venga de él parece un obstáculo. La única realidad divina en aquel momento es el silencio. Ya no hay oración; estamos creando un ídolo llamado silencio.

No digo que el auténtico silencio no sea una realidad muy importante a la cual hay que atribuir su gran precio. Pero si queremos entrar en el auténtico silencio habrá que renunciar al silencio en el fondo del corazón. O sea, no hay que deshonrarle, ni despreciarle, ni siquiera renunciar a buscarle sino evitar convertirle en un fin.

Sobre todo hay que evitar creer que el verdadero silencio es el resultado de mi esfuerzo personal. No tengo por qué construir el silencio pieza a pieza como si fuera un producto de fábrica. Demasiado a menudo nos imaginamos que el silencio consiste únicamente en establecer la paz en las facultades intelectuales, imaginativas y sensuales. Si, esto es un aspecto del silencio pero no es todo el silencio. Además, es necesario que nuestro corazón profundo, en la medida en que se identifique con la voluntad, esté él mismo en silencio y que esté calmado cualquier otro deseo distinto al de hacer la voluntad del Padre. Es decir, que mi deseo en lugar de estar dispuesto a imponerse al resto del ser humano, permanezca en pura disponibilidad, a la escucha y acogedor. Entonces aparece la posibilidad de entrar en un auténtico silencio del ser entero ante Dios, un silencio que nace de la conformidad real de mi ser profundo con el Padre, del que es imagen y semejanza.

Sólo Dios basta. Lo demás es nada. El auténtico silencio es la manifestación de esta realidad fundamental de cualquier oración. Hay un verdadero silencio en el corazón a partir del momento en que han desaparecido todas las impurezas que se oponen al Reino del Padre. El verdadero silencio se establece únicamente en un corazón puro, en un corazón que haya llegado a ser parecido al de Dios.

Por esta razón, un corazón puro de verdad puede guardar un silencio completo hasta cuando está sumergido en diferentes actividades porque ya no hay desacuerdo entre él y Dios. Incluso si su inteligencia y su sensibilidad están en actividad, por estar en conformidad con la voluntad de Dios, el auténtico silencio continúa reinado en ese corazón.

“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.

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