Aqui en silencio adoratriz contemple a Dios

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Basilica San Pedro , Vaticano

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viernes, 30 de abril de 2010

El corazón

Ahora bien, según la Tradición de Oriente, el Espíritu no se encuentra desamparado, sino custodiado por un centro unificador: el corazón (leb en hebreo, kardía en griego). Pero no el corazón entendido como el órgano de la afectividad (esto sólo sería el timos, una zona demasiado inconsistente e inestable), sino un ámbito más interno y transparente, que se convierte en "sede" del espíritu. El encuentro con Dios se da en el espíritu a través del corazón; de ahí que la verdadera experiencia espiritual sea unificadora, porque integra y convoca a las diferentes dimensiones de la persona. "El sentido de nuestra vida no es otro que la búsqueda de este lugar del corazón", dice Olivier Clément. Es decir, en el centro de nosotros mismos, unificando nuestro ser, está el corazón, el "cofre" donde se custodia-oculta el espíritu (el atman hindú; de hecho, el Hinduismo también conoce la dimensión mística del corazón, a la que denomina hridaya). Por ello Jesús daba tanta importancia al corazón: "De lo que rebosa el corazón, habla la boca" (Lc 6,45); "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). En las Cartas del Nuevo Testamento se menciona con frecuencia el corazón: "Que vuestro adorno no esté en el exterior, sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un espíritu (pneuma) dulce y sereno (1P 3,4); "Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Fil 4,7). Se trata, pues, de llegar a la unificación de toda la persona, que integre la afectividad, la sensibilidad, el raciocinio, más allá de la bella expresión de Pascal, que es todavía dualista: "El corazón tiene razones que la razón no conoce". Y es que hay unos ojos en el corazón que permiten comprender lo que ni los ojos del cuerpo ni la razón son capaces de percibir: "Ruego a Dios que ilumine los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a la que habéis sido llamados" (Ef 1,18).


Llegar al lugar del corazón es don de Dios: "Les daré un corazón, para conocerme; sabrán que yo soy el Señor. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios; se convertirán a mí con todo su corazón" (Jer 24,7). El corazón es el lugar de la renovación de la Alianza con Israel: "Pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jer 31, 33). Este vivir desde el corazón es lo que nos hace entrar en comunión: "Les daré a todos un solo corazón y un solo comportamiento, de suerte que me venerarán todos los días, para bien de ellos y de sus hijos después de ellos" (Jer 32, 39). Y también: "Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo; quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne" (Ez 36,26).

En palabras de San Serafino de Sarov: "Para poder ver la luz de Cristo hay que introducir el intelecto en el corazón, la mente tiene que encontrar su lugar en el corazón. Entonces, la luz de Cristo encenderá todo el pequeño templo de vuestra alma con sus rayos divinos, aquella luz que es unión y vida con él (...). El signo de una persona prudente es cuando sumerge en su interior su intelecto y cuando toda su actividad se realiza en su corazón. Cuando la gracia de Dios lo ilumina y todo él se encuentra en un estado pacificado" (8).

En el Monacato Oriental, lo contrario de esta apertura del corazón es la sklerokardia, es decir, la "dureza del corazón", que impide la entrada en uno mismo, en los demás y en Dios.


El viaje hacia la propia interioridad, hacia la tierra sagrada del corazón de cada uno, necesita un hábil discernimiento para conocer las trampas y los "enemigos" que aparecen a lo largo del recorrido.


De hecho, el ser humano es muy vulnerable. Según la tradición ignaciana, está sometido a dos polaridades fundamentales: la consolación y la desolación. San Ignacio las define como dos movimientos: la consolación, que expande a la persona y la aligera (EE,316) y la desolación, que la retiene y la paraliza (EE,317). Tal vez no sea algo muy distinto de lo que Freud identificó como "eros" y "thanatos", es decir, las "pulsiones de vida" y las "pulsiones de muerte" que combaten en el interior del ser humano. La diferencia entre la psicología y la espiritualidad estaría en dónde se identifica el origen de estas fuerzas o pulsiones.

ITINERARIO HACIA UNA VIDA EN DIOS

Javier Melloni

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