Aqui en silencio adoratriz contemple a Dios

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Basilica San Pedro , Vaticano

Amigos que Dios trae a este rincon de la red.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Ermitaños EN PIEDECUESTA, SANTANDER, ESTÁ LA ÚNICA HERMANDAD DE ERMITAÑOS DE COLOMBIA Y SURAMÉRICA.LA INTEGRAN RELIGIOSOS Y MONJAS CATÓLICOS DE LA COMUNIDAD OPUS PATRIS,

  FUNDADA POR EL SACERDOTE BELGA ANTONIO LOOTENS. TODOS ABANDONARON LAS COMODIDADES DE LA VIDA URBANA Y SE INTERNARON EN LA MONTAÑA A ORAR POR LA HUMANIDAD.
Texto y fotos: Julián Lineros

viernes, 19 de noviembre de 2010

miércoles, 17 de noviembre de 2010

según la enseñanza del padre Serafín del Monte Athos

Cuando X, un joven filósofo, llegó al Monte Athos, había leído ya un cierto número de libros sobre la espiritualidad ortodoxa, particularmente la pequeña filocalia de la oración del corazón en los relatos del peregrino ruso. Estaba seducido sin estar verdaderamente convencido. Una liturgia vivida en su ciudad le había inspirado el deseo de pasar algunos días en el Monte Athos, con ocasión de sus vacaciones en Grecia, para saber un poco más sobre el método de la oración de los hesicastas, esos silenciosos a la búsqueda de "hesychia", es decir, de paz interior.

Contar con detalle cómo llegó al padre Serafín, que vivía en un eremitorio próximo a San Pantaleón, sería demasiado largo. Digamos únicamente que el joven filósofo estaba un poco cansado. No encontraba a los monjes a la altura de sus libros. Digamos también que, si bien había leído varios libros sobre la meditación y la oración, no había rezado verdaderamente ni practicado una forma particular de meditación y lo que pedía en el fondo no era un discurso más sobre la oración o la meditación sino una "iniciación" que le permitiera vivirlas y conocerlas desde dentro por experiencia y no sólo de "oídas".

El padre Serafín tenía una reputación ambigua entre los monjes de su entorno. Algunos le acusaban de levitar, otros de que gritaba y gemía, algunos le consideraban como un campesino ignorante, otros como un venerable staretz inspirado por el Espíritu Santo y capaz de dar profundos consejos así como de leer en los corazones.

Cuando se llegaba a la puerta de su eremitorio, el padre Serafín tenía la costumbre de observar al recién llegado de la manera más impertinente: de la cabeza a los pies, durante cinco largos minutos, sin dirigirle ni una palabra. Aquéllos a quienes ese examen no hacía huir, podían escuchar el áspero diagnóstico del monje:

En usted no ha descendido más abajo del mentón.

De usted, no hablemos. Ni siquiera ha entrado.

Usted... no es posible... que maravilla. Ha bajado hasta sus rodillas...

Hablaba del Espíritu Santo y de su descenso más o menos profundo en el hombre. Algunas veces a la cabeza, pero no siempre al corazón ni a las entrañas... Así es como juzgaba la santidad de alguien, según su grado de encarnación del espíritu. El hombre perfecto, el hombre transfigurado era para él, el habitado todo entero por la presencia del Espíritu Santo de la cabeza a los pies. "Esto no lo he visto sino una vez en el staretz Silvano, decía, era verdaderamente un hombre de Dios, lleno de humildad y de majestad".

El joven filósofo no estaba aún ahí. El Espíritu Santo sólo había encontrado paso en él "hasta el mentón". Cuando pidió al padre Serafín que le hablase de la oración del corazón y de la oración pura según Evagiro Póntico, el padre Serafín comenzó a gemir. Esto no desanimó al joven, que insistió. Entonces el padre Serafín le dijo: "Antes de hablar de la oración del corazón, aprende primero a meditar como la montaña...". Y le mostró una enorme roca: "Pregúntale cómo hace para rezar. Después vuelve a verme".

jueves, 11 de noviembre de 2010

Conversión del alma al amor de Dios. Enrique Herp


En lo que sigue es nuestro propósito presentar doctrina que nos capacite para conseguir la perseverante y amorosa unión con Dios directamente, sin que nada se interponga entre El y nuestras potencias.
Para ello es preciso conocer algo más, aunque ya queda suficiente doctrina expuesta en los capítulos precedentes. Pues, como la piedra cae por inercia, así el alma mortificada, rotos todos los lazos que la sujetan, vuela hasta la unión con Dios, sin intermedio alguno; porque Dios es el centro natural del alma, para quien fue creada, a fin de reposar en Él y disfrutar eternamente.
Es necesario morir a nosotros mismos, si queremos vivir para el Señor; pero necesitamos aprender a vivir y hallar la paz en Dios por una comunicación vital de lo divino, que nos una a El. Sin esto, no aprenderemos a morir a nosotros mismos y lograr la pretendida unión. Cuanto más avancemos en lo uno tanto más aprovecharemos en lo otro, porque ambos son inseparables. Dos, en efecto, son los términos: Dios y nosotros. Nuestra voluntad está en el medio. Por tanto, si la voluntad se convierte a El por amor, el mismo amor la lleva a separarse de nosotros. La voluntad se entrega del todo y se desprende hasta el desprecio de nosotros mismos. El proceso inverso es paralelo: a medida que la voluntad gira en torno nuestro se aparta de Dios. La conversión a nosotros mismos puede resultar tan grande que se desprecie a Dios por completo. Así, pues, el desprendimiento de toda criatura, incluidos nosotros mismos, y la conversión a Dios se cumplen por igual en una misma acción, aunque nosotros hayamos preferido exponerlo en dos puntos diferentes para entenderlo mejor.
Dios
Adentrándonos en esta segunda parte, tengamos en cuenta que Dios es el origen de donde brotaron todas las cosas, pero de modo particular la criatura racional. Esta vino a ser el coronamiento de toda la creación. Dios es también causa final, es decir: todas las cosas han de ser orientadas a Él, cada cual conforme a su modo de ser.
El hombre, señor de las cosas
Todas las demás criaturas fueron ordenadas a subvenir las necesidades del hombre. Para que le sirvan de ayuda e instrumento encaminándole hacia Dios. Pensemos, por ejemplo, en distintos modos de alimentar, vestir, corregir e instruir al hombre. Cómo las criaturas pregonan el nombre de Dios, su infinita grandeza, sabiduría, belleza, dulzura, sutileza, bondad, y otros modos infinitos en que la naturaleza, los sentidos exteriores y la razón se pueden ejercitar.
Sentidos externos y potencias interiores
Consiguientemente, los sentidos exteriores han sido ordenados para servir y estar sometidos a los internos. Estas potencias internas, a su vez, están al servicio de las espirituales, creadas para vivir siempre en amor de Dios. Como los rayos solares necesitan estar siempre unidos al sol, si quieren permanecer en su ser. Por tanto, el alma que quiere llegar a la perfección necesita proceder de modo semejante con Dios. Se apresure siempre a injertarse en Él con sus tres potencias, por medio de la gracia divina y la propia voluntad. Esto es propiamente lo que pretendo enseñar aquí: la manera de conseguirlo. 

Los escrúpulos y su origen.Enrique Herp

 
La décima es la mortificación de todo escrúpulo de conciencia, mediante una filial confianza en Dios. Hay algunos, efectivamente, que son incapaces de tranquilizar sus conciencias. Tienen sincera contrición, se confiesan frecuentemente y hacen grandes penitencias, pero no tienen paz. Viven con cierta ansiedad y temor, sin verdadera esperanza ni confianza en Dios.
Origen de los escrúpulos
Sienten grandes escrúpulos de conciencia y se confiesan repetidas veces; sin embargo, no trabajan seriamente en corregir los defectos de donde les viene la ansiedad y remordimiento.
Esto es señal de que los escrúpulos radican en el temor del castigo de Dios y no precisamente en el deseo de perfección. Se considera pecado lo que de suyo no lo es, y esto por dos motivos. Primeramente el desordenado amor propio, pues de ahí procede un temor excesivo a cualquier cosa que le pueda contrariar. Por lo cual, aunque estos aparecen exteriormente como fieles observantes de los mandamientos de Dios y de la Iglesia, en realidad no cumplen el precepto de la caridad. Porque todo cuanto hacen no lo hacen por amor, sino coaccionados por el temor, para no condenarse. Por tanto, obran por egoísmo y no por amor de Dios. No pueden, pues, confiar en el Señor, porque no son fieles a Dios; antes bien, toda su vida interior es temor y temblor, trabajos y miserias. Todos sus ejercicios de oración, trabajo, penitencias, obras de misericordia. Todo lo hacen para echar de si algún temor. De nada les sirve eso. Cuanto más se aman a sí mismos, tanto mayor es el miedo a la muerte, juicio y penas del Infierno.
Causa del temor desordenado
Puede concluirse de aquí que la causa del temor desordenado es el amor de sí mismos con que cada uno busca la felicidad, aunque sea infiel a quien puede hacerle feliz.
Otro motivo de escrúpulos es la tacañería o amor calculado para con Dios, pues del poco amor se sigue escasa confianza. Sólo el amor de Dios lleva al hombre a la verdadera esperanza y confianza en la divina misericordia, bondad, liberalidad y gracia. Cuando falta amor, ninguna virtud, por grande que fuere, ni siquiera la penitencia, es capaz de crear la confianza.
Confianza en Dios
Nada hay tan necesario como una gran esperanza y confianza en Dios, para aquel que quiere llegar a la perfección. ¡Oh santa esperanza! ¡Oh dichosa confianza en Dios, con tal que no arrastre a nadie a la negligencia y pereza para enmendarse! La esperanza bien entendida induce a una gratitud más digna y al deseo de adquirir más perfectamente la gracia, caridad y perfección de todas las virtudes. Incita a desechar todo lo sensual, a procurar lo que sirve para mortificación de sí mismos y a sufrir alegremente cualquier adversidad. Esta esperanza es verdaderamente necesaria y saludable. Porque cuanto más espere tanto más agradecido se muestra y más se reforma a sí mismo. 


La dulzura del amor de Dios desecha la amargura del corazón

La séptima es la perfecta mortificación de toda amargura del corazón.
Cosas que crean un corazón amargado
Notemos que la amargura del corazón radica en una de estas cinco causas. Ante todo, la presunción de las propias obras virtuosas: muchas penitencias, prácticas piadosas u otras que parecen buenas a juicio de los hombres, pero que se originan de un corazón propietario, soberbio, inmortificado. Son en realidad mortificaciones falsas, repugnantes a los ojos de Dios. Sirven para enorgullecerse y despreciar fácilmente a los demás juzgándolos en el corazón y quizá con palabras como el fariseo: «No soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano» (Lc 18,11). No hay nadie en peor situación que éstos, porque sus propias virtudes les perjudican y ellos crean fácilmente discordia entre los demás, pensando y juzgándolos falsamente, como dice San Gregorio: «El hombre perfecto se inclina a compasión fácilmente, pero quien lo es sólo en apariencia no puede tolerar las flaquezas humanas ni a los pecadores. Esto es señal de una conciencia amargada, altanera e intranquila, como dice San Juan Crisóstomo: El que critica las cosas ajenas con severidad, esto es, los defectos de los demás, nunca merecerá el perdón de sus delitos, mientras no cambie de actitud». Pero si esto lo ha hecho costumbre, apenas tendrá esperanza de enmendarse.
En segundo lugar, esta amargura procede de la negligencia en la propia mortificación. Esta acrimonia se manifiesta principalmente contra los prelados y superiores, cuando niegan lo que se les pide o mandan hacer lo contrario.
Los murmurantes
Yo te advierto de verdad que los hombres no cometen cosa más reprensible ante Dios que la murmuración, especialmente cuando se ataca a prelados y superiores. Porque, como advierte San Agustín, el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento ofendió a Dios principalmente murmurando contra El. Es decir: contra Moisés y Aarón, los jefes que Él les había dado. Lo refiere Moisés con estas palabras: «No van contra nosotros vuestras murmuraciones, sino contra Yahvé» (Ex 16,16). Por lo demás, apenas hay esperanza de que éstos progresen en la virtud.
La murmuración, hija del Infierno
En efecto, la murmuración es hija única de los demonios infernales. Ellos la tomaron por esposa y la mandaron apacentar todos los monasterios. ¡Oh pecado maldito! ¡Oh bestia aborrecible! Tú devoras las obras buenas. Tú eres quien atiza el fuego infernal. Tú haces a la pobre alma demoniforme, no deiforme. Por merecer tú la ira divina fue necesario que Datán y Abirón con sus descendientes bajaran vivos a los infiernos en cuerpo y alma. Por tu culpa Coré con otros doscientos cincuenta hombres perecieron en terribles llamas y quedaron sepultados con cuerpo y alma en los abismos (Núm 16,31-33).
Tercero. Esta amargura nace de la envidia que brota contra otros, debido a que han tenido para ellos ciertas palabras, hechos, signos o gestos displicentes. Lo exageran mucho interpretándolo todo en el peor sentido, aunque las cosas no sean malas de por sí. Esto procede de que quieren ver en el otro solamente lo vituperable y difamante y lo que pueda ocasionarle daño.
Hay que evitarlo a toda costa, porque procede de un fondo de odio y envidia.
La amargura tiene una cuarta causa: el deseo de la propia complacencia. Porque quieren ser vistos, amados y alabados; que los superiores o aquellos con quienes tratan, incluso los seglares, los tengan por buenos. Cuando ven que uno se va superando cada día y que merece estima y honor de la gente, entonces se concentra la envidia en él y se empeñan en humillarle y quitarle la fama por detracción y otros medios parecidos.
Una quinta causa de esta amargura radica en la propia perversidad, y esto por dos razones: primeramente por mala, intranquila y amarga conciencia, con lo cual el murmurante se vuelve tan fastidioso que se hace insoportable para los compañeros; se convierte en copa rebosante de todas las faltas. Perverso por sí con los mismos ojos mira a los demás y todo lo interpreta en el peor de los sentidos. Como cuentan de los basiliscos, que hieren mortalmente con su veneno a cuantos alcanzan con la vista. Así son aquellos que no aciertan a juzgar a otros más que con el rasero de su propia mezquindad.
Ceguera ante la gracia de Dios
La segunda razón es porque, como ellos siguen siendo tan malos y poco mortificados, sienten envidia de que la gracia divina produzca tan notables virtudes en los demás. Querrían privar de tanto bien a los hombres virtuosos, humildes y devotos, para caer en los mismos defectos que ellos tienen. Como no lo pueden conseguir, se burlan de ellos y, enojados, los persiguen con palabras y con hechos. Pecan contra el Espíritu Santo.
Conclusión
Es preciso superar toda acrimonia y consumirla en el fuego del amor de Dios, si queremos progresar en las virtudes. Hay que estar dispuestos a abrazar a nuestros enemigos y perseguidores con sincero corazón, como si fueran los mejores amigos que podemos tener. Lo son en realidad, aunque no por el afecto. Pues aquellos que nos persiguen nos acarrean un mérito mayor y una más preciosa corona de gloria. 

Desarraigo del amor propio. La triple intención

La segunda mortificación tiene por objeto rectificar todo deseo de buscarse a sí mismos al practicar el bien o absteniéndose del mal, porque proviene del amor servil con que se aman a si mismos y en todas las cosas buscan más su provecho que el beneplácito divino. Por eso Dios tiene en poco sus buenas obras y ellos mismos se reprueban justamente. Conviene tener en cuenta que las obras del amor filial y del amor servil son aparentemente iguales, como los cabellos de la misma cabeza, pero el amor filial difiere mucho del servil en la intención.
Amor filial
La principal intención del amor filial, al hacer cualquier bien o rechazar el mal, está en aplacar a Dios, conocer, agradar, alabar, dar gracias, honrar y cumplir su voluntad de beneplácito.
Tres modos de conocer el amor servil
En cambio, el amor servil se conoce primeramente porque en todos los pecados que se evitan o en las obras virtuosas y ejercicios que tratan de poner en práctica se buscan a si mismos. Huyen de toda mortificación, por ejemplo, humillaciones, reprensiones, pérdida de bienes temporales, remordimiento de conciencia, penas del infierno o purgatorio y cosas semejantes. Buscan el provecho propio, como alabanzas, honras y glorias humanas, riquezas, bienes espirituales, gracias sensibles, devoción, dulzura, visiones y cosas por el estilo. Aun la misma vida eterna. En todo esto procuran la utilidad personal más que complacer a Dios. Emprenden cosas grandes, voluntaria, decidida y alegremente; desprecian el mundo, la sensualidad, amigos y parientes; practican penitencias serias, entran en monasterios, observan rigurosamente ordenanzas, estatutos, silencio, ayunos, disciplinas y cosas semejantes. Pero de nada les sirve todo cuanto hacen, porque ni entienden ni cumplen el precepto del amor de Dios.
El amor servil puede conocerse, además, porque consideran importantes sus buenas obras y grandes prácticas piadosas más bien apoyándose en la esperanza y méritos personales que en la libertad de los hijos de Dios, redimidos por la preciosísima sangre de Jesucristo (Rom 8,32; Ap 1,5). Por eso, cualquier gracia sensible, devoción, dulzura o visión que reciben queda al instante empañada por su culpa. La propia complacencia y vanagloria los hace caer en soberbia, imaginando que son algo y en realidad «siendo nada» (Gál 6,3). Consiguientemente caen en avaricia, ansiosos de mayor dulzura, devoción, revelaciones y visiones.
En tercer lugar faltan por gula espiritual, o sea, se deleitan en las cosas precedentes sólo por el gusto natural que ellas proporcionan. Por último, cometen adulterio espiritual, o sea, se complacen en las cosas sólo por el gusto natural que ellas proporcionan. Por último, cometen adulterio espiritual, es decir, se empeñan de tal modo en conseguirlo de Dios, recrearse y descansar en ello, que vienen a olvidarse del mismo Dios y su beneplácito. Esto lo podrás advertir, porque, al sentirse privados de devoción, se vuelven insoportables, pierden la paz, caen en tibieza y llegan a ser negligentes y perversos. Entonces buscan su consuelo en las criaturas por obras, palabras, pensamientos y deseos. Se puede concluir, por tanto, que nunca servirían a Dios con fidelidad, si supieran que no iban a recibir de Él recompensa alguna, ni temporal ni eterna, por ejemplo: gracias sensibles, devoción, consuelos y la gloria futura. Los que así proceden se hallan en muy mal estado, porque se sirven de los dones del Cielo para mayor daño propio.
Mortificación del amor propio. Intención recta. Los rectos de corazón
Es necesario purificar la intención para librarnos del amor propio al practicar el bien y abstenemos del mal. Para lograrlo se ponen aquí los tres grados siguientes: intención recta, intención simple e intención deiforme.
Se procede con recta intención cuando se hace el bien o se deja de hacer el mal principalmente porque así lo quiere Dios. Refiriéndose a esta intención dice San Gregorio en Los Morales: «Recto es aquel que no cede en la adversidad, los bienes terrenos no le doblegan, se eleva plenamente a las cosas superiores y acata sin reserva la voluntad de Dios».
Esta intención, por recta que sea, no basta para la perfección, porque no es todavía espiritual o simple, sino que versa sobre la vida activa y la multiplicidad; gira en torno a las muchas cosas en que se distrae y altera, aunque tenga a Dios como fin de sus actividades.
Intención simple
La intención simple toca más directamente al alma, porque se llega a Dios sin medio alguno y es propia de la vida contemplativa. Obra o deja de obrar ante todo para agradar a Dios, honrarle, alabarle y proclamar su gloria. Más aún: hace que todas las obras y ejercicios vayan ordenados a Dios, o sea, contribuyan a disfrutar plenamente de la presencia de Dios en abrazo amoroso. Esto quiere decir simple: que no sólo es recta en el sentido de fijarse directamente en los actos virtuosos con referencia a Dios, sino que se orienta primaria y exclusivamente a Él, centrándose totalmente en El, sin ninguna dispersión a la multiplicidad exterior. Porque la intención simple es una cierta inclinación amorosa del espíritu interior hacia Dios, iluminada por el conocimiento divino, adornada con la fe, esperanza y caridad. Constituye el fundamento interno de la vida espiritual. Así, pues, esta intención se endereza a Dios inmediatamente, en cuanto es posible, teniendo como fin primario el agradarle, amarle y honrarle. Pero nótese que no es únicamente por amor de Dios, porque aún mantiene algo propio, como es el hecho de que también en su ejercicio gusta de consuelos y devoción espiritual. Es verdad que algunos no lo pretenden propiamente hablando; pero se sienten contrariados cuando se les priva de toda devoción y dulzura, o no las reciben con abundancia, o les visita la adversidad en lugar del favor, desprecios en vez de honores y así de otras pruebas.
Intención deiforme
Sólo sabrán superarlo todo cuando lleguen al tercer grado, que se llama intención deiforme, porque ésta se ha unido y asimilado con Dios de tal forma que busca y ama solamente el honor, la voluntad, gloria y beneplácito divino, lo mismo en lo adverso que en lo próspero. Feliz aquel que ha llegado hasta aquí, pues, como dice San Bernardo, disponer la voluntad con tal pureza de intención equivale a unirse con Dios, transformarse en Él y gozar de Dios en Dios.
Enrique Herp

miércoles, 10 de noviembre de 2010

De la simplicidad de la contemplación;que no se ha de adquirir por el conocimiento o la imaginación

Acabo de describir un poco de lo que supone la actividad contemplativa. Ahora quiero estudiarla con más detenimiento, tal como yo la entiendo; a fin de que puedas proceder en ella con seguridad y sin errores.

Esta actividad no lleva tiempo aun cuando algunas personas crean lo contrario. En realidad es la más breve que puedes imaginar; tan breve como un átomo, que a decir de los filósofos es la división más pequeña del tiempo. El átomo es un momento tan breve e integral que la mente apenas si puede concebirlo. No obstante, es de suma importancia, pues de esta medida mínima de tiempo se ha escrito: «Habréis de responder de todo el tiempo que os he dado. Y esto es totalmente exacto, pues tu principal facultad espiritual, la voluntad, sólo necesita esta breve fracción de un momento para dirigirse hacia el objeto de su deseo.

Si por la gracia fueras restablecido a la integridad que el hombre poseía antes de pecar, serías dueño total de estos impulsos. Ninguno de ellos se extraviaría, sino que volaría al único bien, meta de todo deseo,

Dios mismo. Pues Dios nos creó a su imagen y semejanza, haciéndonos iguales a él, y en la Encarnación se yació de su divinidad, haciéndose hombre como nosotros. Es Dios, y sólo él, quien puede satisfacer plenamente el hambre y el ansia de nuestro espíritu, que, transformado por su gracia redentora, es capaz de abrazarlo por el amor. El, a quien ni hombre ni ángeles pueden captar por el conocimiento, puede ser abrazado por el amor. El intelecto de los hombres y de los ángeles es demasiado pequeño para comprender a Dios tal cual es en si mismo.

Intenta comprender este punto. Las criaturas racionales, como los hombres y los ángeles, poseen dos facultades principales: la facultad de conocer y la facultad de amar.

Nadie puede comprender totalmente al Dios increado con su entendimiento; pero cada uno, de maneras diferentes, puede captarlo plenamente por el amor. Tal es el incesante milagro del amor: una persona que ama, a través de su amor, puede abrazar a Dios, cuyo ser llena y trasciende la creación entera. Y esta maravillosa obra del amor dura para siempre, pues aquel a quien amamos es eterno. Cualquiera que tenga la gracia de apreciar la verdad de lo que estoy diciendo, que se tome a pecho mis palabras, pues experimentar este amor es la alegría de la vida eterna y perderlo es el tormento eterno.

Quien, con la ayuda de la gracia de Dios, se da cuenta de los movimientos constantes de la voluntad y aprende a dirigirlos hacia Dios, nunca dejará de gustar algo del gozo del cielo, incluso en esta vida. Y en el futuro, ciertamente lo saboreará plenamente. ¿Ves ahora por qué te incito a esta obra espiritual? Si el hombre no hubiera pecado, te habrías aficionado a ella espontáneamente, pues el hombre fue creado para amar y todo lo demás fue creado para hacer posible el amor. A pesar de todo, el hombre quedará sanado por la obra del amor contemplativo. Al fallar en esta obra se hunde más a fondo en el pecado y se aleja más de Dios. Pero, perseverando en ella, surge gradualmente del pecado y se adentra en la intimidad divina.

Por tanto, está atento al tiempo y a la manera de emplearlo. Nada hay más precioso. Esto es evidente si te das cuenta de que en un breve momento se puede ganar o perder el cielo. Dios, dueño del tiempo, nunca da el futuro. Sólo da el presente, momento a momento, pues esta es la ley del orden creado. Y Dios no se contradice a sí mismo en su creación. El tiempo es para el hombre, no el hombre para el tiempo. Dios, el Señor de la naturaleza, nunca anticipará las decisiones del hombre que se suceden una tras otra en el tiempo. El hombre no tendrá excusa posible en el juicio final diciendo a Dios: «Me abrumaste con el futuro cuando yo sólo era capaz de vivir en el presente».

Veo que ahora estás desanimado y te dices a ti mismo: «¿Qué he de hacer? Si todo lo que dice es verdad, ¿cómo justificaré mi pecado? Tengo 24 años y hasta este momento apenas si me he dado cuenta del tiempo. Y lo que es peor, no podría reparar el pasado aunque quisiera, pues según lo que me acaba de enseñar,

esa tarea es imposible por naturaleza, incluso con la ayuda de la gracia ordinaria. Sé muy bien, además, que en el futuro probablemente no estaré más atento al momento presente de lo que lo he estado en el pasado. Estoy completamente desanimado. Ayúdame por el amor de Jesús».

Bien has dicho «por el amor de Jesús. Pues sólo en su amor encontrarás ayuda. En el amor se comparten todas las cosas, y si amas a Jesús, todo lo suyo es tuyo. Como Dios, es el creador y dispensador del tiempo; como hombre, aprovechó el tiempo de una manera consciente; como Dios y hombre es el justo juez de los hombres y de su uso del tiempo. Únete, pues, a Jesús, en fe y en amor de manera que perteneciéndole puedas compartir todo lo que tiene y entrar en la amistad de los que le aman. Esta es la comunión de los santos y estos serán tus amigos: nuestra Señora, santa María, que estuvo llena de gracia en todo momento; los ángeles, que son incapaces de perder tiempo, y todos los santos del cielo y de la tierra, que por la gracia de Jesús emplean todo su tiempo en amar. Fíjate bien, aquí está tu fuerza. Comprende lo que digo y anímate. Pero recuerda, te prevengo de una cosa por encima de todo. Nadie puede exigir la verdadera amistad con Jesús, su madre, los ángeles y los santos, a menos que haga todo lo que está en su mano con la gracia de Dios para aprovechar el tiempo. Ha de poner su parte, por pequeña que sea, para fortalecer la amistad, de la misma manera que esta le fortalece a él.

No debes, pues, descuidar esta obra de contemplación. Procura también apreciar sus maravillosos efectos en tu propio espíritu. Cuando es genuina, es un simple y espontáneo deseo que salta de repente hacia Dios como la chispa del fuego. Es asombroso ver cuántos bellos deseos surgen del espíritu de una persona que está acostumbrada a esta actividad. Y sin embargo, quizá sólo una de ellas se vea completamente libre de apego a alguna cosa creada. Q puede suceder también que tan pronto un hombre se haya vuelto hacia Dios, llevado de su fragilidad humana, se encuentre distraído por el recuerdo de alguna cosa creada o de algún cuidado diario. Pero no importa. Nada malo ha ocurrido: esta persona volverá pronto a un recogimiento profundo.

Pasamos ahora a la diferencia entre la obra contemplativa y sus falsificaciones tales como los ensueños, las fantasías o los razonamientos sutiles. Estos se originan en un espíritu presuntuoso, curioso o romántico, mientras que el puro impulso de amor nace de un corazón sincero y humilde. El orgullo, la curiosidad y las fantasías o ensueños han de ser controlados con firmeza si es que la obra contemplativa se ha de alumbrar auténticamente en la intimidad del corazón. Probablemente, algunos dirán sobre esta obra y supondrán que pueden llevarla a efecto mediante ingeniosos esfuerzos. Probablemente forzarán su mente e imaginación de un modo no natural y sólo para producir un falso trabajo que no es ni humano ni divino. La verdad es que esta persona está peligrosamente engañada. Y temo que, a no ser que Dios intervenga con un milagro que la lleve a abandonar tales prácticas y a buscar humildemente una orientación segura, caerá en aberraciones mentales o en cualquier otro mal espiritual del demonio engañador. Corre, pues, el riesgo de perder cuerpo y alma para siempre. Por amor de Dios, pon todo tu empeño en esta obra y no fuerces nunca tu mente ni imaginación, ya que por este camino no llegarás a ninguna parte. Deja estas facultades en paz.

No creas que porque he hablado de la oscuridad y de una nube pienso en las nubes que ves en un cielo encapotado o en la oscuridad de tu casa cuando tu candil se apaga. Si así fuera, con un poco de fantasía podrías imaginar el cielo de verano que rompe a través de las nubes o en una luz clara que ilumina el oscuro invierno. No es esto lo que estoy pensando; olvídate, pues, de tal despropósito. Cuando hablo de oscuridad, entiendo la falta o ausencia de conocimiento. Si eres incapaz de entender algo o si lo has olvidado, ¿no estás acaso en la oscuridad con respecto a esta cosa?

No la puedes ver con los ojos de tu mente. Pues bien, en el mismo sentido, yo no he dicho «nube», sino «nube del no-saber». Pues es una oscuridad del no-saber que está entre ti y tu Dios.

"No debáis nada a nadie, sólo sois deudores en el amor" (Rm 13,8)

Usa el crucifijo . Da testimonio de Cristo Vivo .

Usa el crucifijo . Da testimonio de Cristo Vivo .
Colgate la cruz en el cuello, te protegera de todo peligro, sera tu aliada en la tentacion y espantara todo mal.