Aqui en silencio adoratriz contemple a Dios

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Basilica San Pedro , Vaticano

Amigos que Dios trae a este rincon de la red.

viernes, 12 de febrero de 2010

"El arte de aprovechar nuestras faltas"

Es, al mismo tiempo, honra y tormento del hombre que ha caído el no poder acostumbrarse a sus faltas. Es como un príncipe destronado, sin ningún prestigio, por culpa de sus primeros padres; pero en el fondo de su alma conserva siempre el recuerdo de la nobleza de su origen y de la inocencia que tendría que ser su patrimonio. Apenas puede contener una exclamación de sorpresa en sus caídas, como si le hubiera ocurrido una desgracia inmerecida.

… El desaliento es la pérdida del alma; pero no podrá invadirnos, si el asombro que sigue a la falta no le abre camino.

… -San Francisco de Sales- Siempre se enternecía a la vista de las flaquezas del hombre. “Miseria Humana, miseria humana –repetía-, ¡hasta qué punto estamos rodeados de debilidades!...¿que se puede esperar de nosotros sino caídas?” (…) veía con especial claridad, sondeando con mirada profunda el abismo de miserias y de flaquezas que el pecado original había cavado en nosotros.

… En efecto, la fe nos enseña que las malas inclinaciones permanecen en nosotros, por lo menos en germen, hasta la muerte, y nadie puede, sin privilegio especial, como el que la Iglesia reconoce en la Virgen María, evitar todos los pecados veniales, al menos los no deliberados.

…Principalmente a las almas que comienzan a dar los primeros pasos en el camino de la perfección, San Francisco de Sales les inculca el conocimiento práctico de su flaqueza. Ellas son las que, por inexperiencia, con mayor facilidad se desconciertan cuando han caído en una falta, con las consecuencias funestas de ese desconcierto. Perturbarse y desalentarse cuando uno cae en el pecado es no conocerse a sí mismo.

…“Nuestra imperfección nos acompañará hasta el sepulcro. No podemos caminar sin tocar el suelo. Es preciso no caer y no enlodarse, pero tampoco hay que pensar en volar, porque somos polluelos y todavía no tenemos alas”.

… El alma que sube desde el pecado a la devoción se puede comparar con el alba que, al levantarse, no ahuyenta las tinieblas de repente, sino que las va disipando poco a poco; la curación que se hace lentamente es la más segura, pues las enfermedades, tanto del alma como del cuerpo, vienen a caballo y corriendo, y se van a pie y paso a paso.

“Hay, pues, que tener paciencia, y no pretender desterrar en un solo día tantos malos hábitos como hemos adquirido, por el poco cuidado que tuvimos de nuestra salud espiritual”.

De ordinario –dice el P. Grou-, nuestras caídas provienen de la rapidez de la carrera y de que el ardor que nos impulsa no nos permite tomar ciertas precauciones.

Las Almas tímidas y cautelosas, que tratan de mirar siempre dónde ponen el pie, que dan rodeos continuamente para evitar los malos pasos y tienen un temor exagerado a mancharse, no avanzan tan rápidamente como las otras, y la muerte las sorprende, a la mitad del camino.

Los más santos no son los que cometen menos faltas, sino los que tienen más valor, más generosidad, más amor, los que hacen más esfuerzos sobre sí mismos, y no tienen miedo de tropezar, ni aun de caer y mancharse un poco, con tal de avanzar.



José Tissot
Extraído de : "El arte de aprovechar nuestras faltas"
Décima edición - Ed. Palabra S.A. - Madrid 1985

viernes, 5 de febrero de 2010

VER A TRAVÉS DEL CORAZÓN. Un Cartujo - La oración del corazón

¿Qué camino debemos tomar para llegar a ese encuentro con el Padre al que aspiramos? ¿Qué facultades ha puesto a nuestra disposición para esto? ¿Será la inteligencia, como capacidad de conocer y de reflexionar? Escuchemos la respuesta de Jesús:

"Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber escondido estas cosas a los sabios y habérselas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien" (Mt 11, 25-26).

Esto parece extraño: el camino está cerrado a los inteligentes y a los que saben pensar y calcular. No es a ellos a quienes Dios ha decidido revelar sus secretos.

Sin embargo, ¿no nos ha dado Dios la cabeza y la capacidad de reflexionar, de ver las cosas, de imaginárnoslas, como medio para ponernos en contacto con los demás?

Efectivamente, estas facultades nos las ha dado Dios. Son buenas. Son indispensables. No debemos odiarlas ni despreciarlas. Pero debemos, sin embargo, reconocer sus límites.

Cuando pienso en un problema -o con más precisión en una persona muy cercana- con mi cabeza y no con mi corazón, la mantengo a distancia. La manipulo de manera que la puedo analizar a mi voluntad sin comprometerme con ella. En el fondo, no me implico, mantengo mis distancias, conservo mi seguridad respecto a esa persona.

Hago todo lo que puedo para conocerla sin dejar que me "lleve o contamine" el dinamismo que podría emanar de su corazón. Quiero permanecer libre respecto a ella. En ciertos casos, este método de actuar quizás sea bueno. Pero si lo que yo quiero es amar, seguro que no es éste el camino a seguir.

Jesús nos sigue enseñando:

"Todo me lo ha dado el Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre salvo el Hijo y aquel a quien el Hijo decide revelarlo" (Mt 11,27).

"Todo me lo ha dado el Padre". Esto quiere decir que entre el Padre y el Hijo están suprimidas todas las distancias. Ninguno de los dos ha buscado conservar su seguridad ante el otro. Han asumido implicarse recíprocamente. Y de esta manera pueden conocerse uno a otro con un conocimiento de amor que se presenta como un misterio del que solo los iniciados pueden participar. "Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo". Nadie le conoce porque nadie le abre su corazón. Si queremos conocer al Padre hay que aceptar el hecho de que vamos a recibir este conocimiento del Hijo en la medida en que él vea que nuestro corazón está preparado para acogerle.

Para conocer de verdad a Dios tendré que renunciar pues a mis seguridades. Tengo que eliminar las distancias que el pensamiento y el mundo material me permiten guardar respecto a él. Tengo que reconocer que soy vulnerable. Este hecho que yo suelo esconder tan bien, lo tengo que aceptar a plena luz del día, vivirlo, es decir dejar que se expresen las verdaderas reacciones de mi corazón. A partir de este momento tendré la oportunidad de ponerme en relación con el Padre y el Hijo... y con todos mis hermanos.

Esto significa -en la realidad concreta- que tengo que aceptar situarme al nivel de mi corazón. Le tengo que dar el derecho a existir, a manifestarse, a expresarse según su propio modo, es decir a través de sentimientos profundos: confianza, alegría, entusiasmo, pero también miedo, a veces angustia, rabia. Esto no quiere decir que hay que vivir al nivel de la sensibilidad superficial. Al contrario, significa que tenemos que aceptar que se están desarrollando en nosotros esos movimientos profundos que nos llevan a encontrar la verdadera cara del otro. Eso es ser "pequeño": expresarse espontáneamente y dejarse querer por el que está ante nosotros. ¡Qué difícil es tener el valor de ser pequeños!

Estas reflexiones que se sitúan en el contexto del Evangelio también encuentran su sitio en un proceso psicológico normal. Los dos niveles son evidentemente distintos, pero se completan y compenetran. Tenemos que aprender a llegar a todo a través de la mirada de amor de Jesús hacia todas sus criaturas e incluso hacia las personas divinas. Eso es lo que yo llamo "ver con el corazón": aceptar que el Hijo me revela al Padre si yo soy capaz de asumir esta revelación, es decir siempre y cuando, y según mi capacidad de ser humano, que haya en mí y en mi corazón una imagen de la relación de intimidad que existe entre el Hijo y el Padre.

jueves, 4 de febrero de 2010

¿Qué más se necesita para orar bien?



Fe. Recuerda san Agustín: "si la fe falta, la oración es imposible. Luego, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe". (Catena Aurea).


Humildad. Háblale al Señor como los pobres y enfermos del Evangelio. No como el fariseo, sino como el publicano pecador, diciéndole: ¡Dios mío, ayúdame, que no sé rezar, que soy un pobre pecador"... y estarás empezando a rezar.
Confianza. Acude al Señor con la seguridad de que te oye, y que quizás está esperando que seas tenaz y constante en tu oración, como la “viuda inoportuna” de la que habla el Evangelio, que pedía y oraba sin desfallecer, para concederte lo que le pides, si es conveniente.
Sinceridad. Háblale al Señor como un hijo habla a su padre.
Valentía. Pregúntale, sin miedo: Dios mío, ¿Qué quieres de mí?
Generosidad: La oración generosa lleva a estar dispuesto a hacer la Voluntad de Dios.
Perseverancia. Conviene rezar un día y otro, sin desanimarse, sabiendo que Dios nos escucha siempre.

El silencio y la oracion. Madre Teresa de Calcuta

El silencio es lo más
importante para orar.
Las almas de oración son
almas de profundo silencio.
Y lo necesitamos para poder
ponernos verdaderamente
en presencia de Dios
y escuchar lo que
nos quiere decir.

Este silencio debe ser
tanto exterior como interior,
dejando de lado nuestras
preocupaciones.

Debemos acostumbrarnos
al silencio del corazón,
de los ojos y de la lengua.

El silencio de la lengua
nos ayuda a hablarle a Dios.
El de los ojos, a ver a Dios.
Y el silencio del corazón,
como el de la Virgen, a conservar
todo en nuestro corazón.

Dios es amigo del silencio,
que nos da una visión nueva de las cosas.
No es esencial lo que nosotros
decimos, sino lo que Dios nos dice
y dice a través de nosotros.



El amor no puede permanecer en sí mismo. No tiene sentido. El amor tiene que ponerse en acción. Esa actividad nos llevará al servicio.

Madre Teresa de Calcuta

El Maestro Eckhart, s.XIV

Monje alemán, ganó por concurso en la Universidad de París la cátedra de Teología que en otro tiempo tuvo Tomás de Aquino. En sus enseñanzas distinguía entre el "hombre natural" y el "hombre nacido de Dios". Este último era su ideal de cristiano. Para convertirse en hijo de Dios había que ser capaz de permitir a Dios nacer en nuestro interior. Decía que de nada nos sirve que Dios nazca mil veces en Belén, si no nace también en nuestro corazón. Hablaba de que este nacimiento ocurre sólo por la gracia de Dios, pero que debemos estar preparados para recibir esa gracia. La preparación se realiza a través de la práctica de la oración del silencio, la recolección, el abandono, la pobreza de espíritu y la desintelectualización. Esta práctica nos prepara para el nacimiento de Dios en nuestro corazón y para empezar a ver a Dios en todo lo que nos rodea y nos ocurre en la vida diaria. Empezamos a vivir a través de Dios.

martes, 2 de febrero de 2010

Libre

"El verdadero monjes es un ser humano

perfectamente libre.

Libre ¿para qué?

Libre para amar a Dios.


- Thomas Merthon. OCSO -

"No debáis nada a nadie, sólo sois deudores en el amor" (Rm 13,8)

Usa el crucifijo . Da testimonio de Cristo Vivo .

Usa el crucifijo . Da testimonio de Cristo Vivo .
Colgate la cruz en el cuello, te protegera de todo peligro, sera tu aliada en la tentacion y espantara todo mal.