Aqui en silencio adoratriz contemple a Dios

Aqui en silencio adoratriz contemple a Dios
Basilica San Pedro , Vaticano

Amigos que Dios trae a este rincon de la red.

viernes, 26 de marzo de 2010

Grados de Amor de Dios




los grados de esta escala de amor, por donde el alma de uno a otro va subiendo a Dios, son diez.


El primer grado de amor hace enfermar al alma provechosamente.
El alma encuentra a Dios, y queda prendada de su hermosura.
En este grado de amor habla la Esposa cuando dice: Conjúroos hijas de Jerusalén, que, si encontráredes a mi Amado, le digáis que estoy enferma de amor.


El segundo grado hace al alma buscar sin cesar a Dios.
De donde cuando la Esposa dice que, buscándole de noche en su lecho (cuando, según el primer grado de amor, estaba desfallecida) y no, le halló, dijo: Levantarme he, y buscaré al que "ama mi alma". Lo cual, como decimos, el alma hace sin cesar, como lo aconseja David diciendo: "Buscad siempre la cara de Dios y, buscándole en todas las cosas, en ninguna reparad hasta hallarle".
Como la Esposa, que, en preguntando por él a las guardas, luego pasó y las dejó. María Magdalena, ni aun en los ángeles del sepulcro reparó.
Aquí, en este grado, tan solícita anda el alma, que en todas las cosas busca al Amado; en todo cuanto piensa luego piensa en el Amado; en cuanto habla, en todos cuantos negocios se ofrece, luego es hablar y tratar del Amado; cuando come, cuando duerme, cuando vela, cuando hace cualquiera cosa, todo su cuidado es en el Amado...
El tercero grado de la escala amorosa es el que hace al alma obrar y le pone calor para no faltar.
De éste dice el Real Profeta: "Bienaventurado el varón que teme al Señor, porque en sus mandamientos codicia obrar mucho", Donde si el temor, por ser hijo del amor, le hace esta obra de codicia, ¿qué hará el mismo amor? En este grado, las obras grandes por el Amado tiene por pequeñas; las muchas, por pocas; el largo tiempo en que le sirve, por corto; por el incendio de amor, en que ya va ardiendo...
El cuarto grado de esta escala de amor es en el cual se causa en el alma, por razón del Amado, un ordinario sufrir sin fatigarse. Porque, como dice San Agustín, todas las cosas grandes, graves y pesadas, casi ningunas y muy ligeras las hace el amor. En este grado hablaba la Esposa cuando, deseando ya verse en el último, dijo al Esposo : Ponme como señal en tu corazón, como señal en tu brazo; porque la dilección, esto es, el acto y obra del amor, es fuerte como la muerte, y dura emulación y porfía como el infierno: * El espíritu aquí tiene tanta fuerza, que tiene tan sujeta a la carne, y la tiene tan en poco, como el árbol a una de sus hojas...
El quinto grado de esta escala de amor hace al alma apetecer y codiciar a Dios impaciente mente. En este grado, la amante, tanta es la vehemencia que tiene por comprender al Amado y unirse con El que toda dilación, por mínima que sea, se le hace muy larga, molesta y pesada, y siempre piensa que halla al Amado; y cuando ve frustrado su deseo (lo cual es casi a cada paso), desfallece en su codicia, según, hablando en este grado, lo dice el Salmista: "Codicia y desfallece mi alma a las moradas del Señor."
En este grado el amante no puede dejar de ver lo que ama, o morir, en el cual Raquel, por la gran codicia que a los hijos tenia, dijo a Jacob, su esposo: "Dame hijos; si no, yo moriré".
Aquí se ceba el alma en amor, porque según la hambre es la hartura...
El sexto grado hace correr al alma ligeramente a Dios; y así, sin desfallecer, corre por la esperanza, que aquí el amor que la ha fortificado le hace volar ligera.
El séptimo grado de esta escala hace atrever al alma con vehemencia. Aquí el amor no se aprovecha del juicio para esperar, ni usa del consejo para se retirar, ni con vergüenza; se puede enfrenar; porque el favor que ya Dios hace aquí al alma la hace atrever con vehemencia.
El octavo grado de amor hace al alma asir y apretar sin soltar, según la Esposa dice de esta manera : Hallé al que ama mi corazón y ánima; túvele, y no le soltaré. * En este grado de unión satisface el alma su deseo, mas no de continuo, porque algunas llegan a poner el pie y luego le vuelven a quitar, porque, si durase, seria cierta manera de gloria en esta vida, y así muy pocos espacios pasa el alma en él.
El nono grado de amor hace arder al alma con suavidad.
Este grado es el de los perfectos, los cuales arden ya en Dios suavemente. Porque este ardor suave y deleitoso les causa el Espíritu Santo por razón de la unión que tienen con Dios. Por eso dice San Gregorío de los Apóstoles que cuando el Espíritu Santo visiblemente vino sobre ellos, que interiormente ardieron por amor, suavemente. De los bienes y riquezas de Dios que el alma goza en este grado, no se puede hablar, porque, si de ello se escribieron muchos libros, quedaría lo más por decir...
El décimo y último grado de esta escala secreta de amor hace al alma asimilarse totalmente a Dios, por razón de la clara visión de Dios que luego posee inmediatamente el alma, que, habiendo llegado en esta vida al nono grado, sale de la carne. Porque estos, que son pocos, por cuanto ya por el amor están purgadisimos, no entran en el purgatorio...
Esta es la escala secreta que aquí dice el alma, porque muchos se le descubre el amor, por los grandes efectos que en ella hace...

Noche oscura San Juan de la Cruz .San Bernardo

martes, 23 de marzo de 2010

Fondo elevante

Mis amigos. En esta continua renovación y conversión, el espíritu se eleva en todo tiempo por encima de sí mismo, como jamás águila alguna haya volado a encontrarse con el sol. Se levanta hasta el cielo, como el fuego jamás lo ha conseguido. Es entonces cuando el espíritu se lanza a las tinieblas divinas, según advierte Job: «A un hombre cuyo camino está cerrado ya quien Dios por todas partes ha cercado» (Job 3, 23). Se arroja, pues, el espíritu a las tinieblas de lo divino desconocido, allí donde está Dios, por encima de todo lo que se le puede atribuir, sin nombre, sin forma, sin representación. Por encima de todos los seres limitados, de todas las esencias. Estas, mis amigos, son las verdaderas conversiones. El tiempo de la noche y su silencio le son muy favorables al espíritu, gran ayuda para estas conversiones. Al despertar del largo sueño, para acudir a maitines, el monje debe dar libertad a los sentidos y las otras facultades. Luego, concluidos, sumérjanse bien hondo, láncense por encima de imágenes y formas. Olviden las propias facultades. Al verse tan pequeño, no debe preocuparle acercarse a las nobles tinieblas. Un santo ha escrito de ellas: «Dios es una oscuridad más allá de toda luz». Impenetrable misterio. Podrán verlo los ciegos.

Que el hombre se abandone simplemente, nada pida, exija nada. Se contente con tener en Dios su pensamiento, su amor. Arroja, pues, todas tus cosas en este Dios desconocido, también tus defectos y pecados, y todo cuanto puedas proyectar con tus acciones. Ponlo todo en El con gran fervor. En la oscura, desconocida voluntad de tu Señor. Fuera de aquí, un tal hombre no debe jamás perseguir nada, ni querer de algún modo reposar o actividad, ni esto ni aquello, ni tal estado ni el otro. Sólo abandonarse simplemente en la desconocida voluntad de Dios.

Tauler

Fondo dinámico

San Pablo apremia: debéis renovaros en el espíritu, en el impulso substancial. Si el impulso substancial está en perfecta disposición, hay en él constante inclinación a replegarse hacia el fondo del alma, donde mora la imagen de Los Tres, más allá de las potencias superiores. La actividad del impulso substancial sobrepasa en nobleza y altura las otras facultades, más que un odre lleno de vino a una sola gota de agua. En este impulso substancial es donde el hombre debe renovarse, replegándose continuamente hasta su hondón, de cara a Dios, sin estorbo de otros medios, en caridad operante, fijos los ojos en él. Este poder de conversión es propio del impulso substancial, que puede orientarse sin ninguna interrupción, mientras que las potencias del alma no pueden constantemente estar unidas a su Dios.

Así debe hacerse la renovación en el impulso substancial. Puesto que Dios es espíritu, el espíritu creado debe concentrarse en Dios, elevarse, dilatarse luego en el espíritu increado, como en una fuga del mismo impulso substancial. El hombre anterior a la creación era Dios en Dios. Así debe aquí esforzarse para volver a entrar en El completamente, con toda su naturaleza ahora creada.

Se preguntan los doctores si el espíritu del hombre muere cada vez que deliberadamente se orienta hacia las cosas que perecen. La mayoría responde que sí. Mas un noble y grande doctor dice: «Desde el momento que el hombre se vuelva con el impulso substancial y plena voluntad a juntar su espíritu con el espíritu de Dios trascendiéndolo todo tiempo, en ese mismo instante, todo lo perdido se recobra». Si esta conversión se pudiese realizar mil veces al día otras tantas sería el hombre renovado. Es esta interna operación la más noble, la más pura renovación que pueda darse: «Yo te he engendrado hoy» (Sal, 2,7).

Cada vez que el espíritu, con todo lo que él tiene, se sumerge plenamente en este fondo, para levantarse a lo más íntimo de Dios, será recreado y renovado. Dios inunda y sobreinforma entonces el espíritu, tanto más cuanto que éste, con mayor fidelidad y pureza haya seguido el camino, teniendo en Dios exclusivamente la intención. Dios se expande en él como el sol se difunde por el aire. La luz se extiende y penetra hasta tal punto que no hay quien perciba y discierna dónde una termina y sigue el otro. ¿Quién, pues, podrá establecer separación en esta sobrenatural, divina unión en unidad, donde el espíritu es atraído y absorbido en el abismo del principio? Si alguien pudiese ver el espíritu en tal estado, divinizado, creería sin duda alguna haber visto al mismo Dios.

Tauler

Anudamiento con Dios

Proclo, un filósofo pagano, lo llama sueño, silencio, reposo divino, y dice: «Hay en nosotros una búsqueda secreta del Uno, que sobrepasa mucho la razón y la inteligencia. Si el alma se recoge en este búsqueda, se hace divina y divinamente vive».

El hombre, por el contrario, se ocupa de las cosas exteriores y sensibles, está en actividad, no puede saber nada de esa búsqueda y ni siquiera cree que existe en él este tesoro. El impulso substancial, la raíz, está puesta en nosotros de tal modo que es planta con fuerza eterna de arrastre y atracción. El impulso substancial tiene inclinación eterna, profunda, de volver a su origen. Inclinación que no se extingue jamás, ni siquiera en el infierno. Esto constituye el mayor sufrimiento de los condenados, porque nunca pueden lograr satisfacer la radical tendencia de ir a Dios.
Tauler

Dentro del alma

Dentro del alma

La búsqueda interna, en cambio, es muy superior a ésta. Consiste en que el hombre entre en su propio fondo, en lo más íntimo de sí mismo, y busque al Señor de la manera que nos ha sido indicada cuando El dijo: «El Reino de los cielos está dentro de vosotros)) (Lc 17,21). El que quiere encontrar el Reino, que no es otro que Dios con todas sus riquezas, y su propia esencia y naturaleza, le debe buscar donde se halla, es decir, en el fondo más íntimo, profundo centro, donde El está mucho más íntimamente junto al alma, mucho más presente que ella lo es a sí misma. Este fondo debe ser buscado y encontrado. Debe el hombre entrar en esta casa renunciando a sus sentidos, a todo lo que le sea sensible, a todas las imágenes y formas particulares que los sentidos le hayan dejado impresas. Impresiones de la imaginación y sentidos. Sí. Incluso sobrepasar las representaciones racionales, operaciones de la razón, que sigue las leyes de la naturaleza y propia actividad.

Cuando el hombre entra en esta mansión, y allí busca a Dios, el Señor es quien cambia el alma de arriba a abajo.
Tauler

Desasimiento

Desasimiento

¿En qué consiste la desnudez espiritual? Consiste para el hombre en separarse por completo de todo lo que no es pura y simplemente Dios, ver si Dios sólo es el objeto de su intención. Si descubre algún otro deseo no relacionado con Dios, que lo corte y eche fuera. Esto, por lo demás, no es exclusivo del hombre noble y consagrado a la vida interior. Es deber de toda persona honrada. Hay, en verdad, muchas y honradísimas gentes que hacen cosas muy laudables, pero que no saben nada de la vida interior. Tienen asimismo obligación de examinar aquello que les podría separar de Dios a fin de abandonarlo por completo. Tal desapego es absolutamente necesario para quien desee recibir al Espíritu y sus dones. No ha de buscarse más que a Dios y desasirse de todo aquello que le desagrade.

Tauler

Contemplación

Contemplación

Dios es unidad indivisible. Podemos, sin embargo, distinguir en El atributos y contemplar sucesivamente su realidad y bondad trascendente, la intimidad misteriosa de su naturaleza, su soledad y sus tinieblas. Moises dijo: "Escucha, Israel, Yahveh es nuestro Dios, sólo Yahveh". En Dios no hay pluralidad, pero podemos sacar provecho de los nombres especiales, particulares y distintivos que atribuimos a Dios y su Ser, al comparar con El nuestra nada. Lo he dicho muchas veces: mientras que al principio el hombre debe dar a la meditación un contenido temporal enteramente, como el Nacimiento, las obras, la vida y ejemplos de Nuestro Señor, ahora tiene que levantar su espíritu y aprender a volar por encima del tiempo, en vida eterna.

El hombre puede reflejar en su alma eficazmente los atributos de Dios. Hay que considerar que El es el Ser puro; Ser de los seres sin identificarse con ninguno de ellos; Dios; lo que es en todo aquello que es ser y bondad. San Agustín dice: "Si ves a un hombre bueno, un Angel bueno, un cielo hermoso; prescinde del hombre, del Angel y del cielo. Lo que queda es la esencia del bien; es Dios. El está en todas las cosas y muy por encima de todo. Las criaturas contienen, sin duda, un elemento de bondad y de amor, de todo lo que se puede llamar Ser, que el hombre puede desear".


Tauler

Calma en la tempestad

Debemos estar, además, prevenidos sobre esto: el hombre que busca puramente a Dios experimenta a veces cierta angustia y tristeza. Teme que sus esfuerzos y trabajos sean perdidos. Esto proviene a veces de temperamento melancólico, clima, impresiones ingratas. También del enemigo, que busca por todos los medios turbar la paz de hombres tan nobles. Hace falta entonces armarse de paciencia. Algunos se hacen violencia por desechar la tristeza, hasta causarse dolores de cabeza. Otros acuden a médicos y a los amigos de Dios en busca de consejo.

Tratan de evadirse y liberarse y no consiguen más que aumentar la turbación. Cuando estalla una terrible tempestad en el alma, el hombre deber proceder como hace la gente en las tormentas de lluvia y granizo, se refugian en cobertizos hasta que pase el mal tiempo. Así debe hacer el hombre que tiene realmente conciencia de no querer ni desear algo fuera de Dios. En la hora de la tentación y hasta hallar su calma, ha de evadirse prudentemente de sí mismo, refugiarse en abandono y esperar a Dios en la angustia. ¡Quién sabe dónde y en qué forma le agradará a Dios venir y darle sus dones! Que el hombre se mantenga, pues, en dulce paciencia, en el puerto de la divina voluntad.
Tauler

Silencio del alma

A ese sosiego del espíritu se refiere el cántico de la Misa que comienza: "Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía" (Sb 18,14). En pleno silencio, toda la creación callaba en la más alta paz de media noche. Entonces, oh Señor, la palabra omnipotente dejó su trono por acampar en nuestra tienda.

Ser entonces, en el cenit del silencio, cuando todas las cosas quedan sumergidas en la calma, sólo entonces se hará sentir la realidad de esta Palabra. Porque, si quieres que Dios hable, hace falta que tú calles. Para que El entre, todas las cosas deberán haber salido.


J Tauler

Al encuentro del Señor

Así nos habremos dispuesto para salir al encuentro del Señor. Salgamos ahora fuera y avancemos por encima de nosotros mismos hasta Dios. Se necesita renunciar a todo querer, desear o actuar propio. Nada más que la intención pura y desnuda de buscar sólo a Dios, sin el mínimo deseo de buscarse a sí mismo ni cosa alguna que pueda redundar en su provecho. Con voluntad plena de ser exclusivamente para Dios, de concederle la morada más digna, la más íntima para que El nazca allí y lleve a cabo su obra en nosotros, sin sufrir impedimento alguno.

En efecto, para que dos cosas se fusionen es necesario que una sea paciente y la otra se comporte como agente. Unicamente cuando est limpio el ojo podrá ver un cuadro colgado en la pared o cualquier otro objeto. Imposible si hubiera otra pintura grabada en la retina. Eso mismo ocurre con el oído: mientras que un ruido le ocupa est impedido para captar otro. En conclusión, el recipiente es tanto más útil cuanto más puro y vacío.

A esto se refiere San Agustín cuando dice: "Vacíate para llenarte, sal para entrar". Y en otro lugar: "Oh tú, alma noble, noble criatura, ¿por qué buscas fuera a quien est plena y manifiestamente dentro de ti? Eres partícipe de la naturaleza divina ¿por qué, pues, esclavizarte a las criaturas? ¿qué tienes tú que ver con ellas?".


J. Tauler

La vida contemplativa y solitaria

No tienes otro “dónde” ni “lugar” que el Señor. La vida solitaria y contemplativa que buscas es ÉL mismo. Y no la buscaras si Él no te la diera y regalara. Nada hallarás fuera… .P. Alberto Justo

Permanecer en la celda interior

Es necesario permanecer lo más posible en la celda: Siempre que uno se aleja de ella para vagar por el exterior, al volver le parecerá algo nuevo y desabrido. Más aún, se encontrará como descentrado y lleno de turbación, como si empezara a habitarla. No podrá recobrar sin trabajo y dolor aquella aplicación de espíritu que había conseguido morando fielmente en su recinto, pues ha dado rienda suelta a la dispersión.

Juan Casiano

La victoria es el silencio

Abba Poimen dijo: En cualquier pena que tengas, la victoria es el silencio.

La via real

"La vía real es la del vacío, del despojamiento, de la desnudez. No creo que uno pueda instalarse ahí; uno solo está ahí de paso. La ascesis consiste, según veo, en no ceder a la tristeza. Aceptar la total soledad y vivirla dichosamente en el interior, sin pensar ni siquiera una fracción de segundo que uno pudiera situarse en una línea fronteriza. Las cumbres están vacías. Incluso los pájaros no viven allí."

Marie Madeleine Davy

El alma virtuosa

El alma razonable y virtuosa se da a conocer en su modo de mirar, de caminar, de hablar, de sonreír, de discutir, de conversar... Ésta transforma y corrige todo de la manera más digna. Y ello sucede porque el intelecto, ocupado por el amor de Dios es un custodio sobrio, que obstaculiza el acceso a los malos y turbios pensamientos.

Antonio el Grande, La Filocalia

viernes, 19 de marzo de 2010

A ti te honramos San Jose santo del Silencio



San Jose enseñanos a guardar silencio para ver, escuchar y contemplar a Dios en todas las creaturas y cosas.
amen

ADRI

miércoles, 17 de marzo de 2010

Del vicio de la avaricia espiritual

De algunas imperfecciones que suelen tener algunos de éstos acerca del segundo vicio capital, que es la avaricia, espiritualmente hablando.
1. Tienen muchos de estos principiantes también a veces mucha avaricia espiritual, porque apenas les verán contentos en el espíritu que Dios les da; andan muy desconsolados y quejosos porque no hallan el consuelo que querrían en las cosas espirituales. Muchos no se acaban de hartar de oír consejos y aprender preceptos espirituales y tener y leer muchos libros que traten de eso, y váseles más en esto el tiempo que en obrar la mortificación y perfección de la pobreza interior de espíritu que deben. Porque, a más de esto, se cargan de imágenes y rosarios bien curiosos; ahora dejan unos, ya toman otros; ahora truecan, ahora destruecan; ya los quieren de esta manera, ya de esotra, aficionándose más a esta cruz que a aquélla, por ser más curiosa. Y veréis a otros arreados de "agnusdeis" y reliquias y nóminas, como los niños de dijes.
En lo cual yo condeno la propiedad de corazón y el asimiento que tienen al modo, multitud y curiosidad de cosas, por cuanto es muy contra la pobreza de espíritu, que sólo mira en la sustancia de la devoción, aprovechándose sólo de aquello que basta para ella, y cansándose de esotra multiplicidad y de la curiosidad de ella; pues que la verdadera devoción ha de salir del corazón, sólo en la verdad y sustancia de lo que representan las cosas espirituales, y todo lo demás es asimiento y propiedad de imperfección, que, para pasar a alguna manera de perfección, es necesario que se acabe el tal apetito.
2. Yo conocí una persona que más de diez años se aprovechó de una cruz hecha toscamente de un ramo bendito, clavada con un alfiler retorcida alrededor, y nunca la había dejado, trayéndola consigo hasta que yo se la tomé; y no era persona de poca razón y entendimiento. Y vi otra que rezaba por cuentas que eran de huesos de las espinas del pescado, cuya devoción es cierto que por eso no era de menos quilates delante de Dios; pues se ve claro que éstos no la tenían en la hechura y valor.
Los que van, pues, bien encaminados desde estos principios, no se asen a los instrumentos visibles, ni se cargan de ellos, ni se les da nada de saber más de lo que conviene saber para obrar; porque sólo ponen los ojos en ponerse bien con Dios y agradarle, y en esto es su codicia. Y así con gran largueza dan cuanto tienen, y su gusto es saberse quedar sin ello por Dios y por la caridad del prójimo, no me da más que sean cosas espirituales que temporales; porque, como digo, sólo ponen los ojos en las veras de la perfección interior: dar a Dios gusto, y no a sí mismo en nada.
3. Pero de estas imperfecciones tampoco, como de las demás, no se puede el alma purificar cumplidamente hasta que Dios le ponga en la pasiva purgación de aquella oscura noche que luego diremos. Mas conviene al alma, en cuanto pudiere, procurar de su parte hacer por perfeccionarse, porque merezca que Dios le ponga en aquella divina cura, donde sana el alma de todo lo que ella no alcanzaba a remediarse; porque, por más que el alma se ayude, no puede ella activamente purificarse de manera que esté dispuesta en la menor parte para la divina unión de perfección de amor, si Dios no toma la mano y la purga en aquel fuego oscuro para ella, cómo y de la manera que habemos de decir.

De algunas imperfecciones espirituales que tienen los principiantes acerca del hábito de la soberbia. San Juan de la cruz

1. Como estos principiantes se sienten tan fervorosos y diligentes en las cosas espirituales y ejercicios devotos, de esta propiedad (aunque es verdad que las cosas santas de suyo humillan) por su imperfección les nace muchas veces cierto ramo de soberbia oculta, de donde vienen a tener alguna satisfacción de sus obras y de sí mismos. Y de aquí también les nace cierta gana algo vana, y a veces muy vana, de hablar cosas espirituales delante de otros, y aun a veces de enseñarlas más que de aprenderlas, y condenan en su corazón a otros cuando no los ven con la manera de devoción que ellos querrían, y aun a veces lo dicen de palabra, pareciéndose en esto al fariseo, que se jactaba alabando a Dios sobre las obras que hacía, y despreciando al publicano (Lc. 18, 11­12).
2. A estos muchas veces los acrecienta el demonio el fervor y gana de hacer más estas y otras obras porque les vaya creciendo la soberbia y presunción. Porque sabe muy bien el demonio que todas estas obras y virtudes que obran, no solamente no les valen nada, mas antes se les vuelven en vicio. Y a tanto mal suelen llegar algunos de éstos, que no querrían que pareciese bueno otro sino ellos; y así, con la obra y palabra, cuando se ofrece, les condenan y detraen, mirando la motica en el ojo de su hermano, y no considerando la viga que está en el suyo (Mt.7,37); cuelan el mosquito ajeno y tráganse su camello (Mt. 23, 24).
3. A veces también, cuando sus maestros espirituales, como son confesores y prelados, no les aprueban su espíritu y modo de proceder (porque tienen gana que estimen y alaben sus cosas), juzgan que no los entienden el espíritu, o que ellos no son espirituales, pues no aprueban aquello y condescienden con ello. Y así, luego desean y procuran tratar con otro que cuadre con su gusto; porque ordinariamente desean tratar su espíritu con aquellos que entienden que han de alabar y estimar sus cosas, y huyen, como de la muerte, de aquellos que se los deshacen para ponerlos en camino seguro, y aun a veces toman ojeriza con ellos. Presumiendo, suelen proponer mucho y hacen muy poco. Tienen algunas veces gana de que los otros entiendan su espíritu y su devoción, y para esto a veces hacen muestras exteriores de movimientos, suspiros y otras ceremonias; y, a veces, algunos arrobamientos, en público más que en secreto, a los cuales les ayuda el demonio, y tienen complacencia en que les entiendan aquello, y muchas veces codicia.
4. Muchos quieren preceder y privar con los confesores, y de aquí les nacen mil envidias y desquietudes. Tienen empacho de decir sus pecados desnudos porque no los tengan sus confesores en menos, y vanlos coloreando porque no parezcan tan malos, lo cual más es irse a excusar que a acusar. Y a veces buscan otro confesor para decir lo malo porque el otro no piense que tienen nada malo, sino bueno; y así, siempre gustan de decirle lo bueno, y a veces por términos que parezca antes más de lo que es que menos, con gana de que le parezca bueno, como quiera que fuera más humildad, como lo diremos, deshacerlo y tener gana que ni él ni nadie lo tuviesen en algo.
5. También algunos de éstos tienen en poco sus faltas, y otras veces se entristecen demasiado de verse caer en ellas, pensando que ya habían de ser santos, y se enojan contra sí mismos con impaciencia, lo cual es otra imperfección. Tienen muchas veces grandes ansias con Dios porque les quite sus imperfecciones y faltas, más por verse sin la molestia de ellas en paz que por Dios; no mirando que, si se las quitase, por ventura se harían más soberbios y presuntuosos. Son enemigos de alabar a otros y amigos que los alaben, y a veces lo pretenden; en lo cual son semejantes a las vírgenes locas, que, teniendo sus lámparas muertas, buscaban óleo por de fuera (Mt. 25, 8).
6. De estas imperfecciones algunos llegan a tener muchas muy intensamente, y a mucho mal en ellas; pero algunos tienen menos, algunos más, y algunos solos primeros movimientos o poco más; y apenas hay algunos de estos principiantes que al tiempo de estos fervores no caigan en algo de esto.
Pero los que en este tiempo van en perfección, muy de otra manera proceden y con muy diferente temple de espíritu; porque se aprovechan y edifican mucho con la humildad, no sólo teniendo sus propias cosas en nada, mas con muy poca satisfacción de sí; a todos los demás tienen por muy mejores, y les suelen tener una santa envidia, con gana de servir a Dios como ellos; porque, cuanto más fervor llevan y cuantas más obras hacen y gusto tienen en ellas, como van en humildad, tanto más conocen lo mucho que Dios merece y lo poco que es todo cuanto hacen por él; y así, cuanto más hacen, tanto menos se satisfacen. Que tanto es lo que de caridad y amor querrían hacer por él, que todo lo que hacen no les parezca nada; y tanto les solicita, ocupa y embebe este cuidado de amor, que nunca advierten en si los demás hacen o no hacen; y si advierten, todo es, como digo, creyendo que todos los demás son muy mejores que ellos. De donde, teniéndose en poco, tienen gana también que los demás los tengan en poco y que los deshagan y desestimen sus cosas. Y tienen más, que, aunque se los quieran alabar y estimar, en ninguna manera lo pueden creer, y les parece cosa extraña decir de ellos aquellos bienes.
7. Estos, con mucha tranquilidad y humildad, tienen gran deseo que les enseñe cualquiera que los pueda aprovechar; harta contraria cosa de la que tienen los que habemos dicho arriba, que lo querrían ellos enseñar todo, y aun cuando parece les enseñan algo, ellos mismos toman la palabra de la boca como que ya se lo saben. Pero éstos, estando muy lejos de querer ser maestros de nadie, están muy prontos de caminar y echar por otro camino del que llevan, si se lo mandaren, porque nunca piensan que aciertan en nada. De que alaben a los demás se gozan; sólo tienen pena de que no sirven a Dios como ellos.
No tienen gana de decir sus cosas, porque las tienen en tan poco, que aun a sus maestros espirituales tienen vergüenza de decirlas, pareciéndoles que no son cosas que merezcan hacer lenguaje de ellas. Más gana tienen de decir sus faltas y pecados, o que los entiendan, que no sus virtudes; y así se inclinan más a tratar su alma con quien en menos tienen sus cosas y su espíritu, lo cual es propiedad de espíritu sencillo, puro y verdadero, y muy agradable a Dios. Porque, como mora en estas humildes almas el espíritu sabio de Dios, luego las mueve e inclina a guardar adentro sus tesoros en secreto y echar afuera sus males. Porque da Dios a los humildes, junto con las demás virtudes, esta gracia, así como a los soberbios la niega (Sab. 4, 6).
8. Darán éstos la sangre de su corazón a quien sirve a Dios, y ayudarán, cuanto esto es en sí, a que le sirvan. En las imperfecciones que se ven caer, con humildad se sufren, y con blandura de espíritu y temor amoroso de Dios, esperando en él.
Pero almas que al principio caminen con esta manera de perfección, entiendo son, como queda dicho, las menos y muy pocas; que ya nos contentaríamos que no cayesen en las cosas contrarias. Que, por eso, como después diremos, pone Dios en la noche oscura a los que quiere purificar de todas estas imperfecciones para llevarlos adelante.

lunes, 8 de marzo de 2010

La experiencia del renacimiento espiritual.Edith Stein

"Existe un estado de reposo en Dios, de total suspensión de todas las actividades de la mente, en el cual ya no se pueden hacer planes, ni tomar decisiones, ni hacer nada, pero en el cual, entregado el propio porvenir a la voluntad divina, uno se abandona al propio destino. Yo he experimentado un poco este estado, como consecuencia de una experiencia que, sobrepasando mis fuerzas, consumió totalmente mis energías espirituales y me quitó cualquier posibilidad de acción. Comparado con la suspensión de actividad propia de la falta de vigor vital, el reposo en Dios es algo completamente nuevo e irreductible. Antes era el silencio de la muerte. En su lugar se experimenta un sentimiento de íntima seguridad, de liberación de todo lo que es preocupación, obligación, responsabilidad en lo que se refiere a la acción. Y mientras me abandono a este sentimiento, poco a poco una vida nueva empieza a colmarme y - sin tensión alguna de mi voluntad - a invitarme a nuevas realizaciones. Este flujo vital parece brotar de una actividad y una fuerza que no son las mías, y que, sin ejercer sobre ellas violencia alguna, se hacen activas en mí. El único presupuesto necesario para un renacimiento espiritual de esta índole parece ser esa capacidad pasiva de recepción que se encuentra en el fondo de la estructura de la persona."

Dedicado a mi padre

Cantar del alma que se goza de conocer a Dios por fe
San Juan de la Cruz

Que bien sé yo la fuente que mana y corre,
aunque es de noche.
Aquella Eterna fuente está escondida,
que bien sé yo dó tiene su manida,
aunque es de noche. 5
Su origen no lo sé que pues no le tiene,
mas sé que todo origen della viene,
aunque es de noche.
Sé que no puede ser cosa tan bella
y que cielos y tierra beben della, 10
aunque es de noche.
Bien sé que suelo en ella no se halla
y que ninguno puede vadealla,
aunque es de noche.
Su claridad nunca es oscurecida 15
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche.
Sé ser tan caudalosas sus corrientes
que infiernos cielos riegan y a las gentes,
aunque es de noche. 20
El corriente que nace desta fuente
bien sé que es tan capaz y tan potente,
aunque es de noche.
Aquesta Eterna fuente está escondida
en este vivo pan por darnos vida, 25
aunque es de noche.
Aquí se está llamando a las criaturas
porque desta agua se harten aunque a oscuras,
porque es de noche.
Aquesta viva fuente que deseo 30
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche.

Cuando vayas a orar

“Cuando vayas a orar, entra en tu cuarto y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allá, en lo secreto...” Mateo 6,6

¡Qué difícil nos resulta entrar en el silencio de nuestro cuarto como nos pide el Evangelio! Con esta lectura comienzo generalmente los retiros que dirijo para la Escuela de Ministerios Laicos de la Arquidiócesis de Miami. Es a través de estas experiencias que me he dado cuenta de que, de un modo u otro, a todos se nos dificulta entrar en ese cuarto interior, es decir, en nuestro centro, el lugar donde Dios ha hecho su morada (Juan 14, 23).

Creo que el problema radica en nuestra manera de imaginarnos este cuarto. Algunos me comentan que al cerrar los ojos y quedar en silencio, les vienen a la mente todas sus fallas, sus pecados, el mal que creen haber hecho. Creo que éstos no están en su cuarto, sino en la lavandería (el laundry room) donde se encuentra toda la ropa sucia. Otros se quejan de que los recuerdos del pasado, tristes o alegres, no les permiten concentrarse. Tal vez este grupo se ha quedado en el ático o en algún clóset donde se guarda algún álbum de fotografías viejas, o algún cofrecito lleno de recuerdos. Para ciertas personas, entrar en su “cuarto interior” es revisar listas de todo lo que tienen que hacer ese día o esa semana. Me parece que se han metido en la cocina y están leyendo la lista del supermercado o de los múltiples quehaceres de la casa.

La gran pregunta es, entonces: ¿Qué es este cuarto y qué voy a encontrar en él?

Hace dos semanas tuve la oportunidad de participar en un retiro en el Cenacle Spiritual Life Center, en Lantana, dirigido por el Padre William Sheehan, OMI. El Padre Sheehan, que por un tiempo sirvió con nosotros en la Oficina de Ministerios Laicos, está dedicado a retiros y charlas espirituales en las que presenta el método conocido como Oración Centrante, enseñado magistralmente por el monje Thomas Keating. Las preguntas que me he hecho, y que otros como yo también se hacen, fueron respondidas ampliamente durante este fin de semana de oración contemplativa.

La primera pregunta nos dice: ¿Por qué entrar en nuestro cuarto y cerrar la puerta? Interpreto que es desde nuestro interior donde Dios puede transformarnos “de adentro hacia fuera”. Todos sabemos que las heridas que cierran en falso nos dan problemas serios más tarde o más temprano. Tenemos que dejar que Dios trabaje en nosotros en lo más profundo, no solamente en la superficie.

En segundo lugar nos cuestionamos: ¿Qué pasará y qué encontraré en este cuarto? Ante todo, no es un qué, sino un Quién al que vamos a encontrar. Nos dice San Pablo en la primera Carta a los Corintios, 3,16: “¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?” Hemos sido creados a imagen y semejanza de nuestro Dios; hemos sido amados con locura por el Creador, y aún después de dar su vida por nosotros, escoge hacer su morada en nuestros corazones. No es una noción simplista el asegurar que el Creador del universo, el que cubrió a María con su sombra, y el que venció a la muerte y al pecado, ha puesto su morada dentro de nosotros, en “nuestro cuarto”. Esta unión del Espíritu Santo con nuestro espíritu no puede romperse aunque no le prestemos atención. ¡Somos uno con Dios, ésta es nuestra verdad más profunda!

Al entrar en nuestro cuarto, le decimos a Dios: “Aquí estoy, Señor. Voy a dejarme amar por ti, voy a permitirte ser Tú y revelarme tu amor incondicional como lo hiciera Jesús”. Una vez, hace más de dos mil años, otros como nosotros le preguntaron a Jesús: “Háblanos de Dios para que podamos creer en Él”. Jesús contestó con parábolas, historias imaginarias que contenían una gran enseñanza. Nos habló de un padre que, aunque fue traicionado por un hijo y acusado por el otro, salió en busca de ambos. Nos contó de un empresario que pagó la cantidad máxima, tanto a aquellos que habían trabajado desde temprano, como a los que llegaron al final del día.

El Dios que Jesús nos reveló se relacionaba con pecadores, con prostitutas, con cobradores de impuestos, con leprosos, con poseídos, con extranjeros. Éste es el Dios que ha puesto su morada en nosotros, y a quien encontraremos si nos permitimos entrar en nuestro cuarto y cerrar la puerta.

En momentos de incertidumbres, de guerras, de desempleo, no hay que temer. Como diría el P. Sheehan: “El Dios a quien tanto buscamos está más cerca de nosotros de lo que nosotros estamos de nosotros mismos”.

Adele González

"No debáis nada a nadie, sólo sois deudores en el amor" (Rm 13,8)

Usa el crucifijo . Da testimonio de Cristo Vivo .

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