Aqui en silencio adoratriz contemple a Dios

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Basilica San Pedro , Vaticano

Amigos que Dios trae a este rincon de la red.

viernes, 30 de abril de 2010

EL MONACATO INTERIORIZADO

El ser humano, en tanto que ser creatural, esta constituido como receptáculo; esto lo configura con un vacío radical que hace que experimente diferentes carencias: desde la necesidad de respirar el aire, pasando por la necesidad de alimentos, de afecto y de reconocimiento por parte de los otros, hasta la aspiración a lo Otro que trascienda su misma necesidad, ese Otro en el que culmina la aspiración de todo deseo "creatural". Ahora bien, este vacío radical puede sostenerse de dos formas muy diferentes: cuando se vive como "voracidad" se convierte en opacidad. Cuando se vive en actitud de ofrenda, se convierte en transparencia y verdadera comunión.

La opacidad deriva de nuestra retención o "pulsión de apropiación", que revienta la comunión porque queremos absorberla.. La "pulsión de apropiación" deriva del instinto de supervivencia de nuestra existencia biológica y de nuestro yo psíquico individualizado. Fue éste, precisamente, el error de los Orígenes: querer ser dioses a costa o al margen de Dios (Gn 3). Los Primeros Padres hablaban de que si bien fuimos creados "a imagen y semejanza de Dios", al dejarnos llevar por la pulsión de apropiación, perdimos la semejanza (Gn 1,26), pero no la imagen (icono), que es la huella -o semilla- divina presente en todo ser humano. La tarea de todo ser humano es la de restaurar la semejanza con Dios: pasar de la pulsión de apropiación a la actitud de donación. Por otro lado, dice el texto bíblico que "Dios creó al ser humano a imagen suya, lo creo a imagen de Dios, hombre y mujer lo creó (Gn 1, 27). Así, la masculinidad y la feminidad son aspectos de Dios y de la realidad (animus et anima, el yin y el yang, actividad y pasividad...) que hay que aprender a armonizar.


Otra forma de hablar de esta restauración de la semejanza es la "cristificación" o "divinización" (Ef 4, 12-13), término este último, poco frecuente en la teología occidental. La divinización implica al mismo tiempo una unificación, que integra tres dimensiones simultáneas: unión con Dios, unión con los otros y unificación interior. Esta tarea no es un lujo reservado a algunos, sino que es camino de humanización indispensable para todo el mundo.


El teólogo ruso Paul Eudokimov se ha referido a esta vocación del hombre contemporáneo con la expresión monacato interiorizado. (1) Monachos viene de "monos", "uno", "único", en griego. Es decir, "monje" es aquel o aquella que está unificado: unificado con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo que lo rodea. Pero para estar unido a ellos, al mismo tiempo está "apartado". Se trata de una difícil presencia-distancia respecto de sí mismo, de los demás y del mundo, para vivir sin devorar, sino entregando. Monacato interiorizado porque nosotros somos "urbanitas", es decir, habitantes de la ciudad. Nuestro desierto, nuestro monasterio, es la vida hiperurbana. Éste ha de ser el lugar de nuestro encuentro con Dios, porque éste es el escenario de nuestra donación. Se trata de ir alcanzando aquello que dijo San Serafín de Sarov, monje ruso del siglo XIX: "Encuentra la paz y miles de personas a tu alrededor se salvarán".

1.1 Sospechas y dificultades ante la tarea de la transformación interior

Para entrar en este camino, hay que superar la dicotomía ética-mística y descubrir que se necesitan mutuamente. Contraponerlas comporta debilitarlas. La ética es la carne de la mística; la mística, el alma de la ética. José María Valverde, para solidarizarse con la expulsión de Aranguren dijo: "Nulla aesthetica sine ethica". Nosotros podríamos decir hoy: "Nulla mystica sine ethica", pero también: "Nulla ethica sine mystica". Porque la solidaridad no puede comerse a la interioridad, del mismo modo que el criterio de verificación de la interioridad es la solidaridad. Ésta no puede concebirse en modo alguno como algo exterior a la experiencia espiritual, sino como algo profundamente interior: la comunión es con todo, puesto que sólo tenemos un corazón.

Pere Casaldàliga es testigo de esta integración:

La vida sobre ruedas o a caballo,
Yendo y viniendo de misión cumplida,
Árbol entre los árboles me callo
Y oigo cómo se acerca tu venida.

Cuanto menos Te encuentro, más te hallo,
Libres los dos de nombre y de medida.
Dueño del miedo que Te doy vasallo,
Vivo de la esperanza de Tu vida.
Al acecho del reino diferente,
Voy amando las cosas y la gente,
Ciudadano de todo y extranjero.

Y me llama tu paz como un abismo
Mientras cruzo las sombras, guerrillero
Del Mundo, de la Iglesia y de mí mismo.
Sonetos Neobíblicos precisamente(2)

En la primera estrofa se percibe la agitación del hombre contemporáneo ("la vida sobre ruedas o a caballo/yendo y viniendo de misión cumplida"), pero también su capacidad contemplativa ("árbol entre los árboles me callo/y oigo cómo se acerca tu venida"). Las tres segundas estrofas expresan la búsqueda, la presencia y las ausencias de Dios en el revolucionario y el ermitaño que todos llevamos dentro: "Al acecho del Reino diferente/voy amando las cosas y la gente/ciudadano de todo y extranjero./ Y me llama tu paz como un abismo..."

Precisamente, el otro reto al que tiene que hacer frente la tarea de unificación integral es nuestro desbarajuste, nuestra agitación como "urbanitas" que somos. ¿Cuál es la espiritualidad posible -la vida en el Espíritu- para un habitante de la ciudad? En el denominado Primer Mundo, nunca el ser humano había tenido que afrontar tanta dispersión de estímulos, tanta inmediatez de posibilidades de consumo, tanta simultaneidad de ámbitos, tanto anonimato... Todo ello parece incompatible con la vida del Espíritu. Pero al igual que los Padres del Desierto convirtieron el hambre, la falta de sueño y las enfermedades (los elementos adversos de su cultura) en medios espirituales, también nosotros estamos llamados a descubrir cómo transformar los actuales elementos perturbadores. Ésta es precisamente la tarea de la espiritualidad. Tarea que, sin duda, es un combate ("guerrillero de mí mismo", decía el poema de Casaldáliga).

De hecho, se dan dos caminos simultáneos.: la búsqueda de la interioridad (en-stasis) en la condición urbana y el desprendimiento de la solidaridad (ex -stasis). Más que nunca, la solidaridad está llamada a ser descubierta como un camino ético y místico al mismo tiempo: dejar que el rostro desfigurado del otro se revele como el "sacramento del hermano". Este desprendimiento (kenosis) es camino de libertad, otro nombre para la más que nunca necesaria austeridad en una sociedad esclavizada por el consumo, que lleva a la divinización (Fil 2,5-9). La estructura de la experiencia mística cristiana pasa por el movimiento:kenosis-teosis. Éste es su criterio de verificación.
ITINERARIO HACIA UNA VIDA EN DIOS

Javier Melloni

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Usa el crucifijo . Da testimonio de Cristo Vivo .

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