Aqui en silencio adoratriz contemple a Dios

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Basilica San Pedro , Vaticano

Amigos que Dios trae a este rincon de la red.

viernes, 15 de enero de 2010

El silencio



“Tibi silentium laus, Deus, in Sion” (Sal. 65, 2).

“Para Ti, el silencio es una alabanza, oh Dios, en Sión” (Sal. 65, 2) (64, 2). Comentando este texto, dice San Hilario “que el silencio es la mayor alabanza que se podía dar a Dios, como que su bondad excede todos los elogios y encarecimientos de los hombres. ‘Callen todos, cuando se trata de alabaros’. La Iglesia te aguarda en silencio para cantar tus alabanzas. Esto ha de ser en Sión, porque el Señor desecha las ofrendas que se hacen fuera de la Iglesia Católica” (Comentario a los Salmos, 65.)

“Si aceptamos la lectura del Texto Masorético tendremos una fulgurante intuición mística: “Para ti el silencio (dumijjah) es alabanza”. Es famosa la versión de S. Gerónimo en su salterio Iuxta Hebraeos: “Tibi silentium laus”, y esta idea estaba también en la base de la interpretación judaica, del Targum de Rashí, y de algunos comentadores del 800 como Delitzsch o Rosenmüller que hablaba del “silencio sagrado”, o Ehrlich que se refería al “nocturno” del Salmo 22, 3.

El silencio cegado producto del dolor, o, como quieren otros, el silencio de quien se abandona sin pedir nada, es decir el silencio de la adoración confiada, se transforma automáticamente en alabanza y plegaria. Es evidente que esta intuición basada en el silencio (Salmo 22, 3; 39, 3; 62, 2) no podía menos que estimular la búsqueda de textos paralelos sobre todo con autores místicos.

El famoso teólogo místico judío B. lbn Paquda en el siglo Xl escribía: “Como el caso de una perla de inestimable valor, todo cuanto se pueda decir del silencio no hace más que despreciarlo”. Y el célebre Moisés Maimónides le hacía eco escribiendo que “no hay verdadera plegaria si no es en el silencio”, mientras que la espiritualidad clásica de Sta. Teresa de Ávila y de S. Juan de la Cruz exaltaba esta dimensión “inefable” de la oración.

Sor Isabel de la Trinidad, carmelita de Dijón, había desarrollada así esta lectura del Texto Masorético a propósito del versículo 2: “La adoración es una palabra del cielo. Me parece que se puede definir como el éxtasis del amor; del amor abrumado por la belleza, por la fuerza, por la inmensa grandeza del objeto amado. Se cae en una especie de desfallecimiento, en un silencio pleno, profundo, aquel silencio del cual hablaba David cuando exclamaba: “el silencio es tu alabanza”. Sí, ésta es la más bella alabanza porque es la que se canta eternamente en el seno de la apacible Trinidad” (Ultimo retiro, día 8, 20).

En esta línea se mueve también el comentario “israelita” de Emmanuel: “El silencio es la más alta glorificación de Dios, porque es la expresión más pura de la pasión del alma por Dios. Por eso, no hablar más de Dios, sino callar en Dios” (Gianfranco Ravassi, I Salmi, Editrice Dehoniana, Bologna, 1999).

Dice Sto. Tomás: “A Dios se lo venera mediante el silencio, no porque no podamos decir o conocer nada de El, sino porque sabemos que somos incapaces de comprehenderlo (abarcarlo)” ( ln. Boethio, 2,13 ad. 6).

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1 comentario:

  1. Y en otra parte dice que es más lo que no sabemos que lo que sí sabemos respecto de Dios, porque su inmensidad no tiene medida humana, sino medida divina. Por eso, aunque alabamos a Dios con palabras, más perfectamente lo hacemos con el silencio. Y dice Juan Pablo II que los primeros objetivos de la pastoral litúrgica serán: “la fe vivificada por la caridad, la adoración, la alabanza al Padre y el silencio de la contemplación” ( En el XXV aniversario, no 10; 4 de Diciembre de 1988).

    El silencio (y la alabanza) no se reducen sólo a la acción litúrgica, sino que todas las actividades humanas, como las ciencias, las artes, deben realizarse también en referencia a Dios:

    “Es obligación de toda la Iglesia trabajar para que los hombres se capaciten a fin de establecer rectamente todo el orden temporal y ordenarlo hacia Dios por Jesucristo” (Concilio Vaticano II, Apostolicam actuositatem, no 7).

    “El silencio es un gran medio para hacernos almas de oración, y volvernos dispuestos para tratar continuamente con Dios. Difícilmente se encuentre una persona espiritual que hable demasiado. Todas las almas de oración son amantes del silencio, el cual se llama ‘el custodio de la inocencia’, ‘la defensa de las tentaciones’, ‘la fuente de la oración’; con el silencio se conserva la devoción; en el silencio surgen en la mente los buenos pensamientos” (S. Alfonso María de Ligorio).

    “El silencio y el apaciguamiento de los rumores, o de los ruidos, en cierto modo como que fuerzan al alma a pensar en Dios y en los bienes eternos” (Ídem).

    Este silencio tiene un sentido analógico, o más bien varios sentidos analógicos: el silencio exterior, el silencio interior y el silencio divino.

    Y éste es nuestro tema, cómo progresar en el camino del silencio en la presencia de Dios, que habita en nuestro interior, en Sión: “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc. 17, 21).

    “Hace un instante nos invitaba el Señor a ‘permanecer en El’, a vivir con el alma en la herencia de su gloria, y ahora nos manifiesta que para encontrarle no tenemos necesidad de salir de nosotros mismos: “El Reino de Dios está dentro de vosotros”.

    Dice S. Juan de la Cruz que en la sustancia del alma, donde ni el demonio ni el mundo pueden llegar, es donde Dios se comunica a ella [...]” El centro del alma es Dios” (Bta. Isabel de la Trinidad, ¿Cómo se puede hallar el cielo en la tierra?. Biblioteca popular carmelitana, Escritos espirituales, p. 46, Madrid, 1958. Cfr. S. Juan de la Cruz, Llama de amor viva, c. 1, n. 9.)
    P. Fr. Rafael Maria Rossi O.P
    El silencio y la purificación de las pasiones

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"No debáis nada a nadie, sólo sois deudores en el amor" (Rm 13,8)

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