martes, 6 de septiembre de 2011
La piedad eucarística en el pueblo católico
Los últimos ocho siglos de la historia de la Iglesia suponen en los fieles católicos un crescendo notable en la devoción a Cristo, presente en la Eucaristía.
En efecto, a partir del siglo XIII, como hemos visto, la devoción al Sacramento se va difundiendo más y más en el pueblo cristiano, haciéndose una parte integrante de la piedad católica común. Los predicadores, los párrocos en sus comunidades, las Cofradías del Santísimo Sacramento, impulsan con fuerza ese desarrollo devocional.
En el crecimiento de la piedad eucarística tiene también una gran importancia la doctrina del concilio de Trento sobre la veneración debida al Sacramento (Dz 882. 878. 888/1649. 1643-1644. 1656). Por ella se renuevan devociones antiguas y se impulsan otras nuevas.
La adoración eucarística de las Cuarenta horas, por ejemplo, tiene su origen en Roma, en el siglo XIII. Esta costumbre, marcada desde su inicio por un sentido de expiación por el pecado -cuarenta horas permanece Cristo en el sepulcro-, recibe en Milán durante el siglo XVI un gran impulso a través de San Antonio María Zaccaria (+1539) y de San Carlos Borromeo después (+1584). Clemente VIII, en 1592, fija las normas para su realización. Y Urbano VIII (+1644) extiende esta práctica a toda la Iglesia.
La procesión eucarística de «la Minerva», que solía realizarse en las parroquias los terceros domingos de cada mes, procede de la iglesia romana de Santa Maria sopra Minerva.
Las devociones eucarísticas, que hemos visto nacer en centro Europa, arraigan de modo muy especial en España, donde adquieren expresiones de gran riqueza estética y popular, como los seises de Sevilla o el Corpus famoso de Toledo. Y de España pasan a Hispanoamérica, donde reciben formas extremadamente variadas y originales, tanto en el arte como en el folclore religioso: capillas barrocas del Santísimo, procesiones festivas, exposiciones monumentales, bailes y cantos, poesías y obras de teatro en honor de la Eucaristía.
El culto a la Eucaristía fuera de la Misa llega, en fin, a integrar la piedad común del pueblo cristiano. Muchos fieles practican diariamente la visita al Santísimo. En las parroquias, con el rosario, viene a ser común la Hora santa, la exposición del Santísimo diaria o semanal, por ejemplo, en los Jueves eucarísticos.
El arraigo devocional de las visitas al Santísimo puede comprobarse por la abundantísima literatura piadosa que ocasiona. Por ejemplo, entre los primeros escritos de san Alfonso María de Ligorio (+1787) está Visite al SS. Sacramento e a Maria SS.ma, de 1745. En vida del santo este librito alcanza 80 ediciones y es traducido a casi todas las lenguas europeas. Posteriormente ha tenido más de 2.000 ediciones y reimpresiones.
En los siglos modernos, hasta hoy, la piedad eucarística cumple una función providencial de la máxima importancia: confirmando diariamente la fe de los católicos en la amorosa presencia real de Jesús resucitado, les sirve de ayuda decisiva para vencer la frialdad del jansenismo, las tentaciones deistas de un iluminismo desencarnado o la actual horizontalidad inmanentista de un secularismo generalizado.
Congregaciones religiosas
Institutos especialmente centrados en la veneración de la Eucaristía hay muy antiguos, como los monjes blancos o hermanos del Santo Sacramento, fundados en 1328 por el cisterciense Andrés de Paolo. Pero estas fundaciones se producen sobre todo a partir del siglo XVII, y llegan a su mayor número en el siglo XIX.
«No es exagerado decir que el conjunto de las congregaciones fundadas en el siglo XIX -adoratrices, educadoras o misioneras- profesa un culto especial a la Eucaristía: adoración perpetua, largas horas de adoración común o individual, ejercicios de devoción ante el Santísimo Sacramento expuesto, etc.» (Bertaud 1633).
Recordaremos aquí únicamente, a modo de ejemplo, a los Sacerdotes y a las Siervas del Santísimo Sacramento, fundados por san Pedro-Julián Eymard (+1868) en 1856 y 1858, dedicados al apostolado eucarístico y a la adoración perpetua. Y a las Adoratrices, siervas del Santísimo Sacramento y de la caridad, fundadas en 1859 por santa Micaela María del Santísimo Sacramento (+1865), que escribe en una ocasión:
«Estando en la guardia del Santísimo... me hizo ver el Señor las grandes y especiales gracias que desde los Sagrarios derrama sobre la tierra, y además sobre cada individuo, según la disposición de cada uno... y como que las despide de Sí en favor de los que las buscan» (Autobiografía 36,9).
Es en estos años, en 1848, como ya vimos, cuando Hermann Cohen inicia en París la Adoración Nocturna.
En el siglo XX son también muchos los institutos que nacen con una acentuada devoción eucarística. En España, por ejemplo, podemos recordar los fundados por el venerable Manuel González, obispo (1887-1940): las Marías de los Sagrarios, las Misioneras eucarísticas de Nazaret, etc. En Francia, los Hermanitos y Hermanitas de Jesús, derivados de Charles de Foucauld (1858-1916) y de René Voillaume. También las Misioneras de la Caridad, fundadas por la madre Teresa de Calcuta, se caracterizan por la profundidad de su piedad eucarística. En éstos y en otros muchos institutos, la Misa y la adoración del Santísimo forman el centro vivificante de cada día.
Congresos eucarísticos
Émile Tamisier (1843-1910), siendo novicia, deja las Siervas del Santísimo Sacramento para promover en el siglo la devoción eucarística. Lo intenta primero en forma de peregrinaciones, y más tarde en la de congresos. Éstos serán diocesanos, regionales o internacionales. El primer congreso eucarístico internacional se celebra en Lille en 1881, y desde entonces se han seguido celebrando ininterrumpidamente hasta nuestros días.
La piedad eucarística en otras confesiones cristianas
Ya hemos aludido a algunas posiciones antieucarísticas producidas entre los siglos IX y XIII. Pues bien, en la primera mitad del siglo XVI resurge la cuestión con los protestantes y por eso el concilio de Trento, en 1551, se ve obligado a reafirmar la fe católica frente a ellos, que la niegan:
«Si alguno dijere que, acabada la consagración de la Eucaristía, no se debe adorar con culto de latría, aun externo, a Cristo, unigénito Hijo de Dios, y que por tanto no se le debe venerar con peculiar celebración de fiesta, ni llevándosele solemnemente en procesión, según laudable y universal rito y costumbre de la santa Iglesia, o que no debe ser públicamente expuesto para ser adorado, y que sus adoradores son idólatras, sea anatema» (Dz 888/1656).
El anglicanismo, sin embargo, reconoce en sus comienzos la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Y aunque pronto sufre en este tema influjos luteranos y calvinistas, conserva siempre más o menos, especialmente en su tendencia tradicional, un cierto culto de adoración (Bertaud 1635). El acuerdo anglicano-católico sobre la teología eucarística, de septiembre de 1971, es un testimonio de esta proximidad doctrinal («Phase» 12, 1972, 310-315). En todo caso, el mundo protestante actual, en su conjunto, sigue rechazando el culto eucarístico.
En nuestro tiempo, estas posiciones protestantes han afectado a una buena parte de los llamados católicos progresistas, haciendo necesaria la encíclica Mysterium fidei (1965) de Pablo VI:
En referencia a la Eucaristía, no se puede «insistir tanto en la naturaleza del signo sacramental como si el simbolismo, que ciertamente todos admiten en la sagrada Eucaristía, expresase exhaustivamente el modo de la presencia de Cristo en este sacramento. Ni se puede tampoco discutir sobre el misterio de la transustanciación sin referirse a la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su sangre, conversión de la que habla el concilio de Trento, de modo que se limitan ellos tan sólo a lo que llaman transignificación y transfinalización. Como tampoco se puede proponer y aceptar la opinión de que en las hostias consagradas, que quedan después de celebrado el santo sacrificio, ya no se halla presente nuestro Señor Jesucristo» (4).
Las Iglesias de Oriente, en fin, todas ellas, promueven en sus liturgias un sentido muy profundo de adoración de Cristo en la misma celebración del Misterio sagrado. Pero fuera de la Misa, el culto eucarístico no ha sido asumido por las Iglesias orientales separadas de Roma, que permanecen fijas en lo que fueron usos universales durante el primer milenio cristiano. Sí en cambio por las Iglesias orientales que viven la comunión católica (+Mysterium fidei 41). En ellas, incluso, hay también institutos religiosos especialmente destinados a esta devoción, como las Hermanas eucarísticas de Salónica (Bertaud 1634-1635).
En efecto, a partir del siglo XIII, como hemos visto, la devoción al Sacramento se va difundiendo más y más en el pueblo cristiano, haciéndose una parte integrante de la piedad católica común. Los predicadores, los párrocos en sus comunidades, las Cofradías del Santísimo Sacramento, impulsan con fuerza ese desarrollo devocional.
En el crecimiento de la piedad eucarística tiene también una gran importancia la doctrina del concilio de Trento sobre la veneración debida al Sacramento (Dz 882. 878. 888/1649. 1643-1644. 1656). Por ella se renuevan devociones antiguas y se impulsan otras nuevas.
La adoración eucarística de las Cuarenta horas, por ejemplo, tiene su origen en Roma, en el siglo XIII. Esta costumbre, marcada desde su inicio por un sentido de expiación por el pecado -cuarenta horas permanece Cristo en el sepulcro-, recibe en Milán durante el siglo XVI un gran impulso a través de San Antonio María Zaccaria (+1539) y de San Carlos Borromeo después (+1584). Clemente VIII, en 1592, fija las normas para su realización. Y Urbano VIII (+1644) extiende esta práctica a toda la Iglesia.
La procesión eucarística de «la Minerva», que solía realizarse en las parroquias los terceros domingos de cada mes, procede de la iglesia romana de Santa Maria sopra Minerva.
Las devociones eucarísticas, que hemos visto nacer en centro Europa, arraigan de modo muy especial en España, donde adquieren expresiones de gran riqueza estética y popular, como los seises de Sevilla o el Corpus famoso de Toledo. Y de España pasan a Hispanoamérica, donde reciben formas extremadamente variadas y originales, tanto en el arte como en el folclore religioso: capillas barrocas del Santísimo, procesiones festivas, exposiciones monumentales, bailes y cantos, poesías y obras de teatro en honor de la Eucaristía.
El culto a la Eucaristía fuera de la Misa llega, en fin, a integrar la piedad común del pueblo cristiano. Muchos fieles practican diariamente la visita al Santísimo. En las parroquias, con el rosario, viene a ser común la Hora santa, la exposición del Santísimo diaria o semanal, por ejemplo, en los Jueves eucarísticos.
El arraigo devocional de las visitas al Santísimo puede comprobarse por la abundantísima literatura piadosa que ocasiona. Por ejemplo, entre los primeros escritos de san Alfonso María de Ligorio (+1787) está Visite al SS. Sacramento e a Maria SS.ma, de 1745. En vida del santo este librito alcanza 80 ediciones y es traducido a casi todas las lenguas europeas. Posteriormente ha tenido más de 2.000 ediciones y reimpresiones.
En los siglos modernos, hasta hoy, la piedad eucarística cumple una función providencial de la máxima importancia: confirmando diariamente la fe de los católicos en la amorosa presencia real de Jesús resucitado, les sirve de ayuda decisiva para vencer la frialdad del jansenismo, las tentaciones deistas de un iluminismo desencarnado o la actual horizontalidad inmanentista de un secularismo generalizado.
Congregaciones religiosas
Institutos especialmente centrados en la veneración de la Eucaristía hay muy antiguos, como los monjes blancos o hermanos del Santo Sacramento, fundados en 1328 por el cisterciense Andrés de Paolo. Pero estas fundaciones se producen sobre todo a partir del siglo XVII, y llegan a su mayor número en el siglo XIX.
«No es exagerado decir que el conjunto de las congregaciones fundadas en el siglo XIX -adoratrices, educadoras o misioneras- profesa un culto especial a la Eucaristía: adoración perpetua, largas horas de adoración común o individual, ejercicios de devoción ante el Santísimo Sacramento expuesto, etc.» (Bertaud 1633).
Recordaremos aquí únicamente, a modo de ejemplo, a los Sacerdotes y a las Siervas del Santísimo Sacramento, fundados por san Pedro-Julián Eymard (+1868) en 1856 y 1858, dedicados al apostolado eucarístico y a la adoración perpetua. Y a las Adoratrices, siervas del Santísimo Sacramento y de la caridad, fundadas en 1859 por santa Micaela María del Santísimo Sacramento (+1865), que escribe en una ocasión:
«Estando en la guardia del Santísimo... me hizo ver el Señor las grandes y especiales gracias que desde los Sagrarios derrama sobre la tierra, y además sobre cada individuo, según la disposición de cada uno... y como que las despide de Sí en favor de los que las buscan» (Autobiografía 36,9).
Es en estos años, en 1848, como ya vimos, cuando Hermann Cohen inicia en París la Adoración Nocturna.
En el siglo XX son también muchos los institutos que nacen con una acentuada devoción eucarística. En España, por ejemplo, podemos recordar los fundados por el venerable Manuel González, obispo (1887-1940): las Marías de los Sagrarios, las Misioneras eucarísticas de Nazaret, etc. En Francia, los Hermanitos y Hermanitas de Jesús, derivados de Charles de Foucauld (1858-1916) y de René Voillaume. También las Misioneras de la Caridad, fundadas por la madre Teresa de Calcuta, se caracterizan por la profundidad de su piedad eucarística. En éstos y en otros muchos institutos, la Misa y la adoración del Santísimo forman el centro vivificante de cada día.
Congresos eucarísticos
Émile Tamisier (1843-1910), siendo novicia, deja las Siervas del Santísimo Sacramento para promover en el siglo la devoción eucarística. Lo intenta primero en forma de peregrinaciones, y más tarde en la de congresos. Éstos serán diocesanos, regionales o internacionales. El primer congreso eucarístico internacional se celebra en Lille en 1881, y desde entonces se han seguido celebrando ininterrumpidamente hasta nuestros días.
La piedad eucarística en otras confesiones cristianas
Ya hemos aludido a algunas posiciones antieucarísticas producidas entre los siglos IX y XIII. Pues bien, en la primera mitad del siglo XVI resurge la cuestión con los protestantes y por eso el concilio de Trento, en 1551, se ve obligado a reafirmar la fe católica frente a ellos, que la niegan:
«Si alguno dijere que, acabada la consagración de la Eucaristía, no se debe adorar con culto de latría, aun externo, a Cristo, unigénito Hijo de Dios, y que por tanto no se le debe venerar con peculiar celebración de fiesta, ni llevándosele solemnemente en procesión, según laudable y universal rito y costumbre de la santa Iglesia, o que no debe ser públicamente expuesto para ser adorado, y que sus adoradores son idólatras, sea anatema» (Dz 888/1656).
El anglicanismo, sin embargo, reconoce en sus comienzos la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Y aunque pronto sufre en este tema influjos luteranos y calvinistas, conserva siempre más o menos, especialmente en su tendencia tradicional, un cierto culto de adoración (Bertaud 1635). El acuerdo anglicano-católico sobre la teología eucarística, de septiembre de 1971, es un testimonio de esta proximidad doctrinal («Phase» 12, 1972, 310-315). En todo caso, el mundo protestante actual, en su conjunto, sigue rechazando el culto eucarístico.
En nuestro tiempo, estas posiciones protestantes han afectado a una buena parte de los llamados católicos progresistas, haciendo necesaria la encíclica Mysterium fidei (1965) de Pablo VI:
En referencia a la Eucaristía, no se puede «insistir tanto en la naturaleza del signo sacramental como si el simbolismo, que ciertamente todos admiten en la sagrada Eucaristía, expresase exhaustivamente el modo de la presencia de Cristo en este sacramento. Ni se puede tampoco discutir sobre el misterio de la transustanciación sin referirse a la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su sangre, conversión de la que habla el concilio de Trento, de modo que se limitan ellos tan sólo a lo que llaman transignificación y transfinalización. Como tampoco se puede proponer y aceptar la opinión de que en las hostias consagradas, que quedan después de celebrado el santo sacrificio, ya no se halla presente nuestro Señor Jesucristo» (4).
Las Iglesias de Oriente, en fin, todas ellas, promueven en sus liturgias un sentido muy profundo de adoración de Cristo en la misma celebración del Misterio sagrado. Pero fuera de la Misa, el culto eucarístico no ha sido asumido por las Iglesias orientales separadas de Roma, que permanecen fijas en lo que fueron usos universales durante el primer milenio cristiano. Sí en cambio por las Iglesias orientales que viven la comunión católica (+Mysterium fidei 41). En ellas, incluso, hay también institutos religiosos especialmente destinados a esta devoción, como las Hermanas eucarísticas de Salónica (Bertaud 1634-1635).
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