sábado, 17 de septiembre de 2011
La oración incesante
Nunca tocamos suficientemente a fondo la miseria para clamar a Dios, pues el grito que llega de lo profundo es siempre escuchado.
Todavía hoy, después de haber suplicado tanto y de encontrarme en un estado en el que no tengo más solución de recambio que la oración, estoy íntimamente persuadido de que apenas he comenzado a suplicar. Cualesquiera que sean los gritos de angustia arrancados a nuestro corazón de piedra, no son nada al lado de lo que el Señor espera de nosotros en materia de súplica. Con un toque de humor, casi podríamos decir que ni siquiera hemos comenzado a suplicar. No soy yo quien lo dice, sino el mismo Jesús, que amonesta a sus apóstoles con estas palabras: Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra dicha sea completa (Jn 16,24).
Pero reconozco también que no sabría nada de la oración de súplica, de la que tantos religiosos, e incluso sacerdotes, no conocen gran cosa, cuando no la critican incluso, si no hubiera pasado por las pruebas que he experimentado. Y en este sentido doy gracias a Dios por haberme hecho pasar por ahí, pues era el único medio de sumirme en la oración. Una historia que ya he contado en La oración del corazón permitirá comprenderlo.
DÍA Y NOCHE.Jean Lafrance
Ediciones Paulinas. Madrid 1993
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VATICAN MUSEUMS 1/3Hace 12 años
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què blog tan lleno de Bendiciòn!
ResponderEliminargracias, un abrazo,
PAZ Y BIEN !
Vanessa
gracias Vane
ResponderEliminarun abrazo para ti
adri