El silencio es lo más
importante para orar.
Las almas de oración son
almas de profundo silencio.
Y lo necesitamos para poder
ponernos verdaderamente
en presencia de Dios
y escuchar lo que
nos quiere decir.
Este silencio debe ser
tanto exterior como interior,
dejando de lado nuestras
preocupaciones.
Debemos acostumbrarnos
al silencio del corazón,
de los ojos y de la lengua.
El silencio de la lengua
nos ayuda a hablarle a Dios.
El de los ojos, a ver a Dios.
Y el silencio del corazón,
como el de la Virgen, a conservar
todo en nuestro corazón.
Dios es amigo del silencio,
que nos da una visión nueva de las cosas.
No es esencial lo que nosotros
decimos, sino lo que Dios nos dice
y dice a través de nosotros.
El amor no puede permanecer en sí mismo. No tiene sentido. El amor tiene que ponerse en acción. Esa actividad nos llevará al servicio.
Madre Teresa de Calcuta
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